A continuación les comparto la historia
de una pareja compenetrada, incansable e
indomable, que trabajó en equipo para lograr el parto natural y humanizado que
anhelaban...
Tras dos cesáreas innecesarias y
traumáticas, sabiendo que ella era candidata para poder hacer una prueba de
trabajo de parto, decidieron intentar un parto vaginal después de dos cesáreas.
Ella necesitaba sanar heridas y estaba dispuesta a hacer todo lo humanamente
posible para lograrlo. Él no se quedaba atrás, también necesitaba sanar sus
propias heridas y lo que más deseaba era que su esposa y su bebé fueran
tratados “bien”, como merecían, esto es como persona, con un valor infinito… Y por tanto, él
la apoyó sin titubear…
En el parto de su primer hijo,
de bienvenida al mundo de los padres y como felicitación, recibieron la primera
herida de guerra… Llenos de ilusión, habían
puesto todo su empeño en que la atendiera un “buen doctor”. Sin embargo, el precio fue una cesárea programada por
el “buen doctor”, ya que sólo así les aseguraba que él podría atenderla. Por si
fuera poco, de pilón tuvieron que soportar malos tratos, abandono y protocolos
rutinarios innecesarios por parte de la institución donde estuvo ingresada.
La segunda herida de guerra, la
obtuvieron al intentar “corregir” sus elecciones anteriores…
Por experiencia, sabían que el término “buen doctor” a veces
resulta amplio y relativo. Así que para esta ocasión, no sólo querían que la
ayudara un “buen doctor”, experto en su quehacer, sino alguien que le
permitiera intentar un trabajo de parto después de una cesárea y un hospital
que tuviera un trato “más digno” hacia la mujer, el bebé y el papá. Por lo que
decidieron que el dinero no sería una limitante y escogieron uno “mejor”. Lástima que otras variables quedaron
pendientes y/o surgieron después... El problema esta vez fue que al nuevo “buen
doctor” le faltaba paciencia y estaba sujeto a los estrictos protocolos
hospitalarios. Por lo que buscó razones para justificar, otra vez, una cesárea
innecesaria.
Así, tras someterse y
entregarse sin mucha resistencia a la autoridad que impone la bata blanca y a los
protocolos hospitalarios, con dos heridas en alma que a veces duelen más que
las físicas, la vida les dio una sorpresa: la bendición de ser padres por
tercera vez y con ella la oportunidad de sanar heridas, de seguir creciendo y
de luchar por “su parto” tan anhelado:
“respetado y humanizado”.
Total, como nada de lo que
se viveresulta intrascendente… Tras
las dos experiencias traumáticas y la natural incertidumbre que conlleva la certidumbre
de estar esperando otro bebé, ellos tenían claro, muy claro: que esta vez,
ellos tomarían las riendas del parto y si todo iba bien, lucharían para que fuera natural, libre
de intervenciones innecesarias…
Ahora sabían, por experiencia, que tanto un “buen doctor” como un “buen hospital” podían
ser términos ambiguos y que el dinero no es suficiente para “comprar” respeto
por la persona y por el proceso natural del parto. Además, estaban convencidos de que
prepararse para el parto era más que la elección de un doctor o un hospital.
Por lo que dedicaron muchas horas para
informarse y formarse, por su cuenta y con un curso Lamaze.
Su perseverancia en la búsqueda
de un profesional de salud que les permitiera realizar un intento de trabajo de
parto fue admirable. Pero eso sí, ya
no se conformaban con la imposición de una cesárea programada ni con la amenaza
de cesárea si no se ponía de parto “x” día y tampoco con el típico avionazo: “pues sí yo te atiendo y ya veremos, lo
puedes intentar, pero…”.
Ahora sabían ver más allá de
las palabras,
sabían reconocer las intenciones reales
e incluso eran capaces de
hacer preguntas directas,
confrontar
con asertividad
y respeto para exigir la verdad.
La tormenta se desató para que al final pudieran llegar al puerto
deseado… En plena semana 40, su doctora quien les había dicho que los apoyaría,
les dijo que ya tenía que programar la cesárea y se los justificó al explicarles el ultrasonido. Sin embargo, ellos fueron capaces de optar por invertir en hacer otro ultrasonido
en un laboratorio externo para corroborar los resultados y poder tener una segunda opinión. Tras obtener
los resultados, fueron capaces de confrontar
directa y asertivamente a la doctora, quien les confesó que si ellos seguían
queriendo intentar parto vaginal ella no los atendería y que de hecho ni el
hospital lo autorizaría…
Así que en plena semana 40 decidieron buscar otro profesional de la
salud, para no someterse a procedimientos innecesarios… Y para no hacerles el cuento largo, por obra
y gracia de Dios o llámenle como quieran, todo se empezó a poner en orden. A final
de cuentas, tras una lucha tenaz y con una
confianza total en la sabiduría interna de la mujer y del bebé, lograron
cumplir su sueño…
De hecho, más allá de
tener la oportunidad de intentarlo… ¡Lo lograron! Tras dos cesáreas previas, su
bebé nació sano por vía vaginal, más allá de la semana 40, el día en que él estuvo listo para hacerlo y sin
epidural… Obviamente, conocían los riesgos y tenían muchas ganas de
cargarlo, pero confiaban en que mientras ella y su bebé estuvieran sanos, tanto
su pequeñín como el cuerpo de ella eran los únicos que sabían cuándo era el
momento más indicado para su nacimiento. Así que esperaron a que él decidiera
nacer…
Como la esperanza es lo último
que se pierde, se armaron de amor y paciencia hasta que por fin en la semana 41
nació su angelito en un parto natural hermoso, en un ambiente privado y sin
intervenciones innecesarias con una partera… Justo como ella alguna vez lo había
visualizado…
Cabe señalar que, ¡ese día
también nació una mujer y un hombre renovados, sanados y empoderados!
¡Gracias por permitirme ser parte de este maravilloso capítulo
de sus vidas!
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