Estoy convencida de dos máximas que aplican a los padres de
familia; habrá el que diga que no, obvio siempre hay la excepción a la regla. Sin
embargo, creo que una gran mayoría puede afirmar que:
- Los hijos sobreviven a pesar de los padres
- Y que echando a perder se aprende.
En consecuencia, el primer hijo es “víctima” de nuestra ignorancia y metidas de pata. Eso
sí, siempre en beneficio de sí mismo y de los hermanos que le
sigan, ya que definitivamente vamos
mejorando poco a poco o al menos lo intentamos y nos hacemos coco-wash de que
así es. Entonces, aunque con los siguientes hijos adquiere dificultad la
logística y el descubrimiento de ese nuevo ser, único y distinto al primero,
creo que en otras cuestiones prácticas uno está… ¿Cómo decirlo?... ¡Menos menso
y con más callito! No sólo porque la experiencia hace al maestro, sino porque posiblemente
ya te has formado e informado más en temas específicos que te inquietan y
perturban tu sueño.
Si bien es cierto que cada hijo tiene su personalidad,
habilidades y preferencias, también es
un hecho que como padres influimos mucho en ellos y desafortunadamente, no
siempre positivamente. Tuve la
suerte de poder descubrir al pediatra Dr. Carlos González de Cataluña. Me
parece una persona que posee dos cualidades envidiables, admirables y difíciles
de encontrar: sentido común y honestidad sin rodeos. No me es fácil ocultar
que soy su fan. De hecho su aplastante claridad y sentido común ha dejado
huella en mi vida y en mi familia, y le estoy profundamente agradecida.
Por mencionar un punto, ¡quién hubiera dicho que ahora
disfruto darle de comer (en sentido amplio) a mi hijo! Pues sí, finalmente, en esta ocasión la
lactancia no ha sido una prueba de aguante, ni un requisito pesado a cumplir en
beneficio único de la creatura. Por otra parte, la introducción de alimentos y
la hora de la comida no es un suplicio ni un agobio. Desde los 8 meses come ya
de todo en cachitos (no en papillas), de lo que haya en casa: frutas (plátano,
mango, ciruela, piña, pera, manzana, naranja, melón, sandía, guanábana…),
verduras (zanahoria, jitomate, jícama, pepino, brócoli , espinaca, ejote,
nopales, papas, poro…) res (hamburguesas, albódingas, cecina, arrachera),
pollo, pescado, huevo, jamón de pechuga de pavo, molletes, spaghetti, pan, tortilla,
arroz, frijoles, lentejas, galletas María, queso… He de confesar que por comodidad, también
Gerbers cuando vamos de paseo, así aprovecho de darle lo que no se acostumbra
comer en casa normalmente, por ejemplo: chayote, ciruela pasa, papaya… Obvio
faltará introducir cuando toque: mariscos, fresas, nueces, chocolate y otras
cosas que te sugieren.
Como hemos optado por introducir
alimentos dándole lo mismo que comemos, pero cortadito y no en papillas, paso largos ratos admirando su
perseverancia en intentar meterse los cachitos… Me encanta verlo intentar e
intentar sin darse por vencido. Y así llegamos al punto central del
artículo: cuando se respeta la
individualidad del niño, su libertad, su desarrollo, sus gustos, preferencias e
intereses, se facilita su aprendizaje y desarrollo. Es impresionante cómo los niños están ávidos por aprender, probar
e imitar. Además, es verdaderamente impactante su perseverancia, se les cae
el cachito, y sea con la mano o el tenedor lo intentan una y otra vez. Y para
nuestra sorpresa logran dominar la destreza rapidísimo... De hecho en menos que
te lo cuento te descuidas, dejas tu flan enfrente y ya tiene el cacho en la
boca e inmediatamente está vuelto un adicto al flan casero. ¡Mismo que en
teoría no le dabas porque aún no le das cosas con azúcar ni dulces!... Pero bueno con el tercero eres más flexible y además, se
lo ganó… ¡Mueve los piecitos con locura y te hace saber que quiere más con desesperación!
En fin, al grano, todo esto me ha hecho
reflexionar en que en ocasiones somos
nosotros mismos los que les cortamos las alas a nuestros niños; a veces por las prisas, “para ir más rápido”
(a corto plazo) y otras porque los vemos “chiquitos” y minusvaloramos sus
capacidades. El rollo es que si en
realidad sí son capaces de hacerlos por sí mismos e interrumpimos o bloqueamos
su aprendizaje y curiosidad luego nos arrepentimos y los estamos afectando… En
general, hay una etapa en que quieren jalar el escusado, bañarse, lavarse las
manos y hasta los dientes solos, quieren hacer ellos todo sin ayuda. Si les coartamos sus intenciones e
intentos, probablemente desistan y luego seremos nosotros los que estaremos
detrás de ellos rogándoles que lo hagan por sí mismos…
Por lo tanto, cuando ellos tienen la iniciativa, por
mínima que sea hay que apoyarlos. En esos momentos, hay que sacar paciencia de donde a veces no la hay, disfrutar el
momento y observar el doble de lo que hablamos. Admirar su búsqueda de independencia y su perseverancia al intentar e
intentar lograrlo. Si les “resolvemos todo” en lugar de hacerles un bien
los estamos perjudicando, tanto a ellos como a nosotros. Las situaciones cotidianas como vestirse, bañarse, lavarse los
dientes, ir al baño y comer son ideales
para que ellos practiquen la independencia y la constancia, valores
fundamentales para la construcción de su futuro.
Evidentemente tú forjarás la paciencia mientras ellos ganan
independencia porque obviamente si tú le dieras de comer o lo vistieras se
tardarían menos de la mitad del tiempo y ensuciarías 90% menos. Por tanto, céntrate en lo esencial, prioriza e
identifica bien los objetivos. Recuerda que educar viene de educere que significa “sacar de”… Así
pues, nuestra labor como padres es
ayudar a sacar el potencial de nuestros hijos, “su” potencial, no nuestras
expectativas ni sueños frustrados. Debemos sacar lo mejor de ellos, con
profunda admiración y respeto a su dignidad.
En fin, para comprender la misión
de educar, siempre me ha gustado la imagen de Miguel Ángel esculpiendo los
esclavos, él decía que en realidad sólo
los estaba liberando de la piedra que los cubría e impedía verlos tal cual eran…
Pues así, nuestra tarea como padres con respecto a nuestros hijos, no es esculpirlos sino liberarlos…
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