viernes, 24 de noviembre de 2017

Mamá cuenta su historia de parto vaginal después de cesárea

Agradezco a mi amiga por compartir su experiencia de su parto, seguro puede ser de ayuda a otras mujeres que quieran leer historias que empoderen:



Al escribir esta historia me he llenado  de muchas emociones,  al recordar cada instante de esta nueva experiencia, y es que me considero muy afortunada ya que la vida me ha regalado la oportunidad de ser madre por segunda vez y en una forma muy diferente.
El punto principal de partida comienza, desde el día que el ginecólogo me mencionó que era candidata para intentar un parto, si así lo decidía, ya que en ese momento no existía riesgo para realizarlo. En ese momento tuve sentimientos encontrados, debido a una cesárea por indicación médica en mi primera experiencia y por mi mente ni siquiera rondaba la palabra parto. Estaba segura de que sería una cesárea obligatoria. La cual traía recuerdos no muy gratos debido a las sensaciones que viví, desde la separación de mi hija en uno de los momentos más valiosos, la alteración terrible de mi sistema nervioso, hasta escuchar al cirujano hablar del fútbol y de sus decisiones para el desayuno, en plena cesárea cuando era uno de los momentos más especiales de mi vida, aunado a esto la dolorosa recuperación entre otros.  Por tanto, si pudiera evitarlo preferiría no volver a vivirlas.
Sorpresa, temor, alegría, esperanza, me invadieron repentinamente y aunque sabía  que  el dolor es parte de traer vida a este mundo había escuchado  y leído relatos bastante alentadores acerca del parto. Sin embargo, llegaron  un mar de dudas, me sentía como madre primeriza. Me comencé a preguntar: ¿Y decido parto, realmente podré hacerlo?  ¿Mi bebé estará bien? ¿Mi cuerpo está listo? ¿será capaz? ¿Qué se sentirá? ya que en la primera experiencia no supe que era una contracción.  ¿Podré soportar el dolor? ¿Y si falló? ¿Y si no tengo la fortaleza de las mujeres fuertes? ¿Cuál será mi grado de tolerancia al dolor? ¿Qué será lo mejor? , todas estas dudas se apoderaron de mi.
Sin embargo mi lado racional me llevó a informarme y  a tomar convicción para elegir informadamente. Y es que si es  bien sabido que el parto es lo más ideal por su naturaleza, no hay que pasar por alto que los avances médicos son bastante confiables y atractivos cuando la vida humana  está de por medio, el dolor y la rapidez  están rondando.
Después de este análisis tuve los siguientes argumentos  convincentes para determinar que pese  a todo trataría de  tener  un parto:
     Mi bebé me indicaría  cuando estuviera totalmente  listo para nacer. De otro modo pensé que sería como un capullo abierto forzadamente. Y no en sus tiempos y en sus procesos  naturales para abrirse con todo esplendor.
     El parto me  ayudaría  a no separarme de el en los momentos más valiosos, evitando estrés al bebé,  favoreciendo  el apego, tranquilidad y la lactancia.
     Menor  tiempo de  recuperación  el cual era necesario dado que ya tenía una hija quién me necesitaba,  un marido que también demandaría y al nuevo integrante.
     Menos dolor, ya que podía haber preparación para controlarlo sin medicalización y los más intensos son durante unas horas.
     Participación activa del padre fortaleciendo el vínculo.
     Y por si fuera poco honorarios más asequibles.
No pasando por alto que si hubiera alguna complicación tendríamos que hacer una excepción. 
Enseguida una ráfaga de esperanza me invadió y el temor se volvió entusiasmo la razón, ¡Al fin podría ser madre de verdad! pensé para mí misma, aunque no consideraba esto como una completa realidad, había secuelas emocionales  que en algún momento tocaron la fibra sensible y pusieron en cuestión  mi capacidad de parir y de ser una buena madre.
Dichosamente la vida me regaló y puso a mi alrededor a una persona a la que le puse el apellido de amiga y casi hermana, quien me alentó y me empoderó fervientemente, me compartió su formación de doula para hacer de esta experiencia más positiva y empoderada.
Después de esta  decisión  mi marido tuvo una participación vital, y es que al escucharlo comentar con tanta seguridad sobre el poder de dar vida de las mujeres terminé de empoderarme ya que mi compañero de vida creía  en mí.   Nunca olvidaré el día en que me expresó: ¡Claro que podrás, estas diseñada para hacerlo! ¡Eres una mujer fuerte! Esas palabras alimentaron mi valor para parir.
Y es  así como cada  decisión que restaba para  terminar  el proceso de embarazo iba respaldada. Incluyendo  el estar  atendido por un doctor que nos diera la plena seguridad que haría  todo lo posible para apoyarnos  en la  decisión y que no nos cambiaría  el plan innecesariamente. Sintiéndonos en paz con la  elección proseguimos.
Pero como nunca faltan los comentarios de terceros y  comenzaron a llegar afirmaciones como éstas: “Yo he escuchado que eso no se puede por el bien de los dos, deberías preguntar bien al doctor tal vez no te ha  revisado bien, eso es imposible tienes una cirugía, tu esposa se puede morir, ¡hagan cesárea y no se compliquen!, ¿parto? ¡pero todas tienen cesárea es lo más seguro!”.  Aunque tuvimos presión sobre todo  familiar sabíamos que habíamos tomado una decisión informada y por lo tanto decidimos que esta  vez el parto sería nuestro.
Para  evitar malos ratos o más cuestionamientos  acordamos que avisaríamos a los cercanos hasta que el bebé naciera. De tal forma que  el proceso lo viviríamos en equipo y sin presiones. Mientras pusimos manos a la obra siguiendo las indicaciones y recomendaciones para estar completamente listos para cuando llegara la hora.
 ¡Y bien llegó la semana 39! Y comencé a sentir ligeros  dolores en la cadera, a la mañana siguiente  el doctor me  hizo un monitoreo e  indicó que habían empezado los pródromos, esta noticia nos trajo  alegría  ya que sabíamos que el momento cada vez estaba más cercano. Pasaron 7 días y las contracciones de trabajo de parto comenzaron muy esporádicas, en esta ocasión  cuando el doctor revisó informó que  tenía  el cuello borrado, lo cual indicaba que todo iba bien.
De allí me  citó tres días después y me menciono que si tenía algunos síntomas como sangrado, rompimiento de la fuente, o contracciones más frecuentes le avisará de inmediato. Pero estos no se presentaron por lo que cuando acudí  a la siguiente revisión nos enteramos que tenía un centímetro de dilatación. Regresé a casa y por la noche las contracciones comenzaron más  frecuentes pero aún distantes, a la siguiente mañana el tapón mucoso se hizo presente, el día transcurrió con leves  contracciones y por la noche  a partir de las doce estas  se mostraron ya fuertes, y con ritmo. Así que comencé a  registrar los tiempos para  estar pendiente con la intensidad y duración. Y gracias a la formación nos habíamos preparado para pasar gran parte del proceso en casa, del tal forma que pudiera realizar más movimiento, tener comodidad y  un ambiente relajado, de modo  que cuando las contracciones ya  estuvieran cada cinco minutos correríamos al hospital.
Pero llegó el amanecer y a las seis de la mañana estas se pararon. Pasó todo el día  y éstas se volvieron muy esporádicas  y  así mi cuerpo tuvo este comportamiento por tres  días, esto comenzó a inquietarme mucho sin embargo el doctor estuvo pendiente  que  todo estuviera bien con el bebé y conmigo. Por lo que nos animó a ser pacientes y a seguir con las indicaciones de ejercicios y alimentación entre otros. 
Estando en la semana   40+5 la presión aumentaba y mi cuerpo parecía  no responder, por lo que la incertidumbre aumentó y esta fue la prueba de fuego ya que en ese momento si la desesperación hubiera ganado pudimos haber tomado alguna decisión equivocada. El doctor ese día me volvió a revisar y mencionó que si este comportamiento continuaba por dos días, tendríamos que ver algunas opciones como inducción al  parto y que haría todo lo posible para darnos el parto pero que si había alguna complicación estuviéramos conscientes Esa noche antes que comenzaran fuertemente las  contracciones, decidí encomendarme y nuevamente hablé con el doctor le comenté mi preocupación por la inducción, con toda paciencia contestó mis preguntas y al escuchar sus argumentos sobre el bienestar del bebé y  casi de  semana 41 supe que era lo mejor.
Por lo tanto acordamos que al siguiente día se haría la inducción al parto, me sentí en paz, e inmediatamente mi amiga, quien estuvo en todo el proceso muy pendiente me llamó para darme  su apoyo y me preguntó si me gustaría que me acompañara, me sentí tan completa  al saber que contaría con su ayuda en esos momentos  y seguramente todo fluiría mejor.
A la mañana siguiente llegamos  al hospital, con el mejor ánimo sabiendo que ese día conoceríamos a nuestro bebé, pero aún faltaba la parte más complicada y a la que se le teme de un parto, pero no me sentía  sola, mi marido, mi amiga incondicional y el doctor quienes estaban en pro del parto  estaban allí para uno de los momentos más especiales de mi vida. 
Todo comenzó con la administración de oxitocina,  entre risas, anécdotas, chistes, y positivismo transcurrió en un ambiente preparado gracias a mi amiga doula, y a mi marido quién estuvo muy comprometido.  Con medidas de confort, posiciones, masajes, respiración, aromas y relajación así llegué al centímetro ocho de dilatación.  Sin embargo, debido aún tratamiento anterior en el cual me habían practicado con ácido tricloroacético la dilatación no avanzaba, y fue necesaria una maniobra manual por parte del ginecólogo.



Esto ayudaría a aumentar las posibilidades de tener un parto, ya que por un momento pensamos que lo perdíamos pero continuamos con el plan. Estando conciente que si existiera una complicación que pusiera en riesgo la vida del bebé y la mía habría que tomar la cesárea como plan B. Por lo tanto, el bebé y yo en todo momento estuvimos monitoreados.
El dolor después de esta maniobra se volvió para mí intolerable, por lo cual ahora sí pedí la epidural, en ese momento no quería  rendirme, necesitaba seguir trabajando con mi bebé y ya estábamos en la recta final, pero era necesario para el último jalón. Quería que lo lográramos ambos.
Me subieron al quirófano y al ver muchas personas dentro, me aterró en pensar que tal vez todo el sueño de tener un parto se había esfumado porque en ese momento dudaba de mis propias fuerzas, lo mejor de todo fue que después de la aplicación me encontraba mejor para seguir.  Todos en la sala me animaban para la expulsión y el  pujo me decían: ¡venga en la siguiente contracción sale! ¡Pero no salía!
En algún momento dudé, y pensé y ¿si no me dicen la verdad? Realmente estaba confundida en sí lo hacía bien o no.   Pero con todas  esas personas solo en mi amiga doula y mi marido pude confiar, cada vez que ella me decía mírame  a los ojos sentía apoyo. De pronto mi marido gritó: “Ya veo la cabeza, solo un poco más  tú puedes” Y todavía vinieron más contracciones y más pujos, el último me hizo hacerlo con todas mis fuerzas que en ese momento me quedaban pocas y de inmediato sentí como atravesaba  mi bebé el canal de la vida, ¡no lo podía creer! fueron solo unos segundos, ¡al fin había parido!
Me sentí como en un sueño en cuanto me dieron al bebé y lo pegaron a mi pecho. Se me escurrieron las lágrimas y me preguntaba: ¿Cómo pude? ¿Cómo? Estaba tan feliz, tranquila, con una sensación de inmenso agradecimiento porque al fin sabía lo que era parir y lo mejor mi bebé estaba sano. Mi marido estaba tan contento que comenzó a cantarle tal y como lo hacía cuando estaba embarazada. Ese momento fue memorable y marcó nuestras vidas con una grata experiencia. No me libré de unos puntos, pero eso ya no importaba, el parto se había logrado.

Ese día me sentí muy amada ya que mi marido estuvo conmigo en todo momento, no se dejó influenciar pese a las presiones y se había portado con tanta dedicación para recibir a su hijo, totalmente entregado a su papel. Este parto fue completamente de nosotros, con un auténtico equipo de trabajo.
Esa noche al regresar a la habitación parecía que había pasado una batalla. Sin embargo, sabía que no era un sueño, que era algo real y así se comenzaba una historia de amor más.
Al día siguiente después de tomar la primera ducha completamente sola, le dije a mi marido: ¡Valió la pena! Y es que había recuperado mi dignidad como persona, como mujer y madre. Pero lo más importante es que mi bebé había sido respetado, esperado y muy bienvenido. Martín, Luz Ma y Pablo gracias por haberme hecho fuerte para defender mi parto.


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