miércoles, 28 de septiembre de 2016

VIVE. No esperes a que la enfermedad o la muerte te hagan vivir....



¿Les ha pasado que tienen que operar a tu marido de algo sencillo
o le mandan una resonancia por un dolor de espalda
y la mente se “aloca” pensando historias de terror?



¿Les ha pasado que le sientes una bolita a tu hijo o te sientes una o varias
y tu mente empieza a escribir un dramón?...
Sobretodo porque justo abres Facebook y lees la historia de una conocida con dos bebés que está recolectando dinero para su tratamiento y te hace recordar a parientes tuyas viviendo la misma lucha…





¿Y de casualidad les ha pasado que mientras tienes el diagnóstico final
los días se hacen eternos
y paradójicamente entre la angustia aflora lo mejor de ti?…


De pronto parece que no tienes tanta prisa y aparece tiempo para escuchar, observar, disfrutar, abrazar y besar a los que más amas...

También te descubres excelente seleccionadora de batallas. Incluso te sorprende lo paciente, diplomática y conciliadora que puedes llegar a ser. Cuestiones que parecían misiones imposibles ahora parecen posibles…

Curiosamente, hasta resulta “relativo” o “menos cansado” el cansancio extenuante propio de la vida, del matrimonio, de la maternidad y de la profesión… Asimismo, hasta les empiezas a agarrar cariño a las canas y achaques obtenidos a lo largo de la vida…

Dejas de regatear el tiempo para jugar con tus hijos y simplemente lo “gastas” mirándolos hasta llegar a su alma, intentando atesorar cada instante… Mientras piensas en cómo firmar un pacto para poder verlos crecer y seguir acompañándolos, muchos, muchos, muchos años más... Entonces, la “urgencia” de los últimos años por recuperar el tan anhelado “tiempo para ti y para tus cosas” adquiere otro sentido, amplitud y enfoque…

Total que andas tan “desubicada”, que en medio del típico caos de prácticamente cualquier casa y  a pesar de la “perfecta imperfección de la vida familiar” consigues lo inimaginable, darte tus tiempos especiales con  cada hijo y con hijo con tu marido… De alguna forma logras estar-estar y comunicarse-comunicarse.  Así, sin mucho esfuerzo ni muchas horas, de repente redescubres la unicidad y el valor de tu marido y de tus hijos… Mientras te queda claro que no hay manera suficiente de agradecer la bendición de amanecer un nuevo día, más aún si es con salud y rodeado de tus seres queridos...  

Total que obviamente surgen muchas interrogante:


¿Por qué mientras todo va bien,
nos olvidamos de centrarnos en lo esencial y en priorizar lo verdaderamente importante?

¿Por qué mientras todo va bien,
nos quejamos tanto y se nos hace tan difícil ser mejores personas y mamás/papás?

¿Por qué mientras todo va bien,
no encontramos la forma de ser más pacientes o de tratar mejor a los que nos rodean
o de educar positivamente, con conciencia y con respeto?


¿Por qué si están difícil cambiar,
cuando barajeamos la posibilidad de tener los días contados,
 cambiamos de golpe y radicalmente?

¿Qué poderosa es la conciencia de nuestra fragilidad humana
que nos hace “acordarnos” de mirar al cielo  
y  consigue sacar la mejor versión de nosotros mismos?

Y lo peor…
¿Por qué cuando vuelve el alma al cuerpo con un diagnóstico favorable
volvemos a ser “la misma” de antes del “susto” y retomamos las malas rutinas?
  

Evidentemente nadie es perfecto, ni nadie espera que lo seamos, pero dejémonos de tarugadas y omisiones. Hay que cambiar y mejorar sin necesidad de que la enfermedad toque a nuestra puerta o la “flaca” nos ponga el cuchillo en el cuello. La vida no la tenemos comprada…

Por eso:

1.       Agradece cada día y cada segundo el estar vivo.
2.       Aprovecha la vida al máximo y vive tus sueños.
3.       Besa y abraza más a tu marido/esposa y a tus hijos.
4.       Diles a tus seres queridos que los quieres con palabras y con actos.
5.       Míralos a profundidad, ya que no se desgastan, y  llega hasta su alma para que estén en el mismo canal, siempre bien conectados a pesar de los pesares.
6.       Dense tiempo de estar-estar y para comunicarse-comunicarse profundamente.
7.       Ríanse cada día, al menos una vez al día.
8.       Haz el bien y deja huella.
9.       Pide perdón cuando sea necesario y cuantas veces sea necesario
10.   Haz lo que tengas que hacer hoy y dí lo que quieras decir hoy… No sabes si mañana podrás…



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