Cada parto
es un recuerdo para toda la vida que queda grabado en lo más profundo del alma
de la mujer e influye en su ser y proceder, así como en su familia. Por eso
es tan necesario cuidar a las mujeres para que ese recuerdo sea positivo,
enriquecedor y empoderador, y no, negativo o violento. No basta tener un bebé sano tras el parto, cargado por una mamá sana
fisiológicamente, mientras psicológica y emocionalmente queda destrozada.
Afortunadamente
y no me canso de dar gracias a Dios, he logrado sanar las heridas de la primera
guerra, o sea del primer parto… Historia del primer parto Tras el shock, me traté de convencer de que así era esto del parto y la maternidad, y hasta
creía que me había ido bien. Sin embargo, pasaban los meses y las heridas
sangrantes tan sólo derramaban palabras como: indignante, devastador,
frustrante, abuso, sufrimiento (sufrimiento, aunque prácticamente sin dolor por
haber recibido la epidural), desconfianza y rechazo.
Poco a poco fui reconociendo que había sido
presa de la violencia obstétrica. Lamentablemente, la primera impresión de la
tan anhelada maternidad parecía ser un fiasco y una carga con exigencias sobre
humanas. Igualmente, la lactancia me pareció una carga tremenda, fue un deber a lograr porque era “lo mejor” para el bebé. Le dí 4 1/2 meses lactancia exclusiva, luego ahí empezamos con la ablactación y después casi hice fiesta cuando dejé de darle pecho a los 7 meses y medio. Obviamente, hubieron otras circunstancias que
no me ayudaron a lograr una lactancia exitosa y satisfactoria, empezando por mí misma, mis sombras y paradigmas erróneos, así
como otras situaciones externas que ahora no valen la pena mencionar.
De
cualquier forma, afortunadamente tras considerarme incapaz e incompatible con
la maternidad, decidimos abrirnos a la posibilidad de recibir el don de la vida
nuevamente y ¡menos mal, ya que ha sido una gran bendición! De hecho, los otros dos
partos ni si quiera son concebidos como “guerras”, sino como experiencias vitales transformadoras y empoderadoras,
que me han hecho revalorar muy
positivamente la maternidad:
Muchas personas me han pedido que explique la historia de mi segundo y tercer parto. Finalmente, he tenido tiempo para hacerlo, dedicándole dos artículos para que no se haga tan pesado leerlos. Por otra parte, quiero señalar que aunque mi marido prácticamente no salga mencionado en las narraciones, le estoy profundamente agradecida por su apoyo cariñoso, comprometido y constante, tanto en los embarazos, como en el parto y especialmente en la crianza de estas creaturitas con las que hemos sido bendecidos y de quienes somos responsables. Como se podrán imaginar él ha sido una pieza fundamental, en primera porque si no, ellos no estarían aquí...
En fin, entremos en tema, el segundo parto se podría decir que fue:
UN
PARTO DOBLE, DE MI HIJO Y MÍO.
Fue reparador, transformador y empoderardor.
La segunda vez que me lancé al ruedo, en términos
generales, sabía a lo que iba, así que sentía menos incertidumbre que la
primera vez. Además, ahora sí iba preparada con un curso Lamaze y con un buen
equipo.
En el curso Lamaze (psicoprofiláctico):
- Las instructoras creían no sólo en el parto vaginal, sino en el parto vaginal sin epidural e incluso compartían además de sus conocimientos, sus experiencias con nosotros.
- Aprendí la diferencia entre dolor y sufrimiento. En realidad, reconocí lo que ya había experimentado en el primer parto: que no van forzosamente unidos. Si bien en ocasiones se experimentan los dos simultáneamente, también puede haber uno sin el otro.
- Conocí sobre intervenciones rutinarias innecesarias (enema, maniobaras para separar membranas, rotura de membranas, maniobra de Kristeller, canalización, epidural, episiotomía, etc.) Yo había sufrido muchas de ellas, pero ahora estaba conciente que tenía derecho a rechazarlas.
- Diseñamos afirmaciones positivas, practicamos estrategias para aliviar el dolor en el trabajo de parto y respuestas asertivas ante situaciones no deseadas o imprevistas.
- Lo más importante es que creían en la capacidad innata de la mujer para dar a luz y creían en mí. Me apoyaban y me ayudaron a creer en mí.
Por otra parte, tenía un ángel-porrista-pacientísimo por
ginecólogo, que respeta la naturaleza y mi dignidad y la de mi hijo, que cree
en mí y me apoya. Así que, además de que ya no iba tan menza, en
lugar de sentirme como vaca al matadero, ahora iba a por todas, a agarrar al
toro por los cuernos, en manos de un
excelente humano y profesional.
Obviamente, las
heridas de la primera guerra habían debilitado mi autoestima y autoconfianza,
tenía miedo del parto, pánico del posparto y terror del bebé. Estaba dispuesta
a intentarlo, pero debo aceptar que no estaba muy convencida de poder lograrlo.
Aún resonaban con fuerza aquellas palabras que hacía dos años se habían clavado
en mi alma: “para qué sufrir en estos
tiempos”, “si ahora te duele, no te imaginas luego”, “no tienes leche”, “lo
estás matando de hambre”.
Con
mis inseguridades y mis miedos, se acercaba el día del parto... Desde la semana
36 empecé a soltar algo de tapón, así que dejé de nadar y hacer ejercicio. Esas
dos semanas tuve contracciones prodrómicas fuertecillas. Varias veces pensé que
ya era el momento y nada, porque después de un rato o unas horas, pasaban y
desaparecían.
Finalmente
a la semana 38, después de acostar a mi otro hijo y cenar, las contracciones
comenzaron a ser más frecuentes y cada vez más intensas. De hecho, mi marido
quería que viéramos una película, pero yo ya no podía concentrarme en verla.
Así que me metí a la regadera y ahí empecé a experimentar lo aprendido en las
clases Lamaze: “escuchar tu cuerpo y hacer lo que te pida” y a repetir: “yo puedo… una menos para conocer a mi hijo”.
A
mí, mi cuerpo me pidió hacer cuclillas -
squat y respirar lento y profundo cada contracción. Debo de reconocer que
me sirvió mucho un video que nos pasó en el curso, una educadora perinatal
ahora amiga, de su parto haciendo esa posición.
Llamamos
al doctor y nos fuimos al hospital. Cabe señalar que cada bache y cada tope del camino son una tortura. Llegamos a media noche y yo pasé directo porque ya teníamos pagado el
paquete, pero mi marido se tuvo que quedar llenando
los papeles de ingreso, situación nada graciosa, ya que no saber cuándo me acompañaría hizo que mis nervios se incrementaran. Luego nos enteramos que podríamos haber dejado ya firmado todo con anterioridad y así
él hubiera pasado conmigo desde el principio… ¡Ni modo, para la próxima!
En
esos momentos, el tiempo pasaba en cámara lenta y sentía que todos los empleados
del hospital eran los más ineficientes del mundo. Los 5 - 10 minutos que pasan
mientras te suben en silla de ruedas a la sala donde te dan tu bata, te ponen
el monitor electrónico fetal y llega tu doctor, parecen 5 horas. ¡Y no se diga
los 15 o 20 minutos conectada a esa cosa sin poderme mover y acostada!… Lo único
que deseaba era arrancarme las correas, poder moverme y seguir haciendo lo que el
cuerpo me pidiera. Sin embargo, mientras
estaba ahí atada, agradecí que otra educadora perinatal nos hubiera explicado que si
vomitas es normal, y es en general, señal de que ya estás prácticamente al
final del trabajo de parto. Así que cuando me pasó, aunque suene asqueroso,
pero hasta me animé y agarré fuerzas.
Cuando
me quitaron el aparatejo, me metí nuevamente a la regadera a seguir con mis
sentadillas – squat en cada contracción. Conforme
pasaba el tiempo me metía cada vez más en mi misma. En esos momentos te olvidas del tiempo, de los
demás y de que alguna vez tuviste pudor. Simplemente tu parte más racional se
queda fuera del cuarto y te encuentras creando, como diría Penny Simkin, tu
propio ritual y ritmo para relajarte.
Así
estuve un tiempo, hasta se oyó ¡pop! Se rompió la fuente y salió el tapón. Y
sí, aunque estés en la regadera notas el chorrote de líquido amniótico
escurriendo. Debo confesar que ahí, llegué
al punto de dudar si podría seguir sin epidural. De hecho, le dije al doctor que si esto seguía
mucho más, ya no creía poder. Él me dijo claro que podría, pero que además
seguro ya estaba completa (totalmente dilatada, 10cms) lista para que naciera y
sí, así fue…
Directo
a pujar y a las 2 am ya estaba cargando a mi bebé. Sin embargo, los recuerdos
pasados y el miedo a las inyecciones hizo que mientras salía la placenta y
suturaban algunos desgarritos leves, le diera a mi marido al bebé porque yo
pensaba que lo tiraría mientras me cosían. En realidad, no sentí nada con la
anestesia local y perfectamente podría
haberlo cargado, pero bueno...
En
fin, al día siguiente, en realidad ese mismo día más tarde, me sentía perfecto
y hasta me fugué a comprarme al Starbucks una tartaleta de chocolate blanco y
zarzamoras para desayunar.
Eso
sí, habiendo aprendido de los errores pasados, no avisamos a nadie que ya había
nacido hasta 24 horas después. Queríamos estar solos y poder aplicarme en la
lactancia, descansar y disfrutar sin interrupciones. Sólo fue mi otro hijo a
conocer a su hermanito, mis padres y dos que tres personas espaciados, sin aconglomeraciones ni multitudes.
Me
quedé con mi bebé en el cuarto, quería hacer alojamiento conjunto, pero los
recuerdos me traicionaron en la madrugada. Estaba agotada y adolorida porque el bebé llevaba horas mamando sin desprenderse y sólo así estaba tranquilo, después empezó a llorar sin consuelo. Entré en pánico y justo mi doctor pasó a revisarme y me dio una pastilla para
dormir mientras se lo llevaron al cunero.
Y
luego, ya en casa fue totalmente otro rollo distinto al de la primera experiencia. Hasta recuerdo decirle a mi marido, que ahora entendía por qué había gente que
decía que “los bebés eran lo mejor”…
No podía creer estar disfrutando a un bebé tan chiquito…
Con este segundo parto descubrí:
- Que estar dilatada y con algo de borramiento no se traduce en parto inminente, pueden pasar días y hasta semanas.
- Que los pródromos van preparando el camino y hay que ser pacientes. Por más que tengas contracciones fuertecillas, mientras no tengan una frecuencia constante y vayan aumentando de intensidad, relájate, aún no ha llegado el momento… ¡Pero se acerca! Así que te puedes ir poniendo feliz, tu cuerpo se está preparando.
- Que los tactos deben de ser los menos posibles y en general no duelen. Si duelen horrible y espantoso es, en realidad, porque te están haciendo maniobras para despegar membranas o romper la fuente.
- Que para evitar la episiotomía la mayoría de las veces sólo se necesita paciencia y definitivamente, un desgarre natural es mejor que un corte innecesario.
- Que un parto respetado facilita el apego con tu hijo, la lactancia, la crianza y la experiencia de la maternidad.
- Que la recuperación de un parto normal sin intervenciones innecesarias es impresionantemente rápida.
- Que sí podía y sí puedo parir sin epidural.
- Que sí puedo dar pecho, sólo necesitaba confiar en mí, escuchar a mi bebé y hacerle caso a sus necesidades y a mi instinto.
Este embarazo fue muy especial porque me
ayudó a cerrar heridas y a sanar mi
autoestima. En realidad, fue trasformador y empoderador. En cuanto
nace tu bebé y te das cuenta que lo lograste,
sientes que el mundo te queda chico y que puedes con todo.
Ahora
bien, aunque tuve mejor experiencia con la lactancia materna, dando pecho exlusivamente hasta los 6 meses y luego hasta los 9 y medio. Aún
los recuerdos y un pediatra “wannabe” pro lactancia (con horarios, fórmula por
si las flies, supositorios, laxantes) obstaculizaron nuevamente, aunque en
menor grado, mi experiencia y el poder lograr llegar al punto de disfrutar lactancia
y el colecho… Así que me faltaba un
tercero para poder experimentar las maravillas de la lactancia materna exitosa y satisfactoria.
Por tanto, claro que me faltan mil cosas por lograr, aprender y crecer,
pero con este parto también yo nací,
ahora era y me sentía una mujer y madre nueva, transformada y empoderada.
Artículo publicado en Yo Influyo
Artículo publicado en Yo Influyo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por compartir lo que muchas sentimos y no nos animamos a expresarlo, la misma sociedad te tacha de mala madre, si no sientes que fue una experiencia llena de amor como lo pintan muchas veces, pero es alentador saber que las demás experiencias pueden ser diferentes y transformarte.
ResponderEliminarPerdón no había visto tu respuesta. Tienes toda la razón, cada experiencia puede ser transformante...Lo malo es que a veces está tan idealizado que no da miedo contar la verdad de cómo lo vivimos o cómo nos sentimos. un beso
Eliminar