martes, 28 de abril de 2015

3 embarazos, 3 partos, 3 experiencias únicas: 1a parte







Cada parto es un recuerdo para toda la vida que queda grabado en lo más profundo del alma de la mujer e influye en su ser y proceder, así como en su familia. Por eso es tan necesario cuidar a las mujeres para que ese recuerdo sea positivo, enriquecedor y empoderador, y no, negativo o violento. No basta tener un bebé sano tras el parto, cargado por una mamá sana fisiológicamente, mientras psicológica y emocionalmente queda destrozada.
                Afortunadamente y no me canso de dar gracias a Dios, he logrado sanar las heridas de la primera guerra, o sea del primer parto… Historia del primer parto Tras el shock, me traté de convencer de que así era esto del parto y la maternidad, y hasta creía que me había ido bien. Sin embargo, pasaban los meses y las heridas sangrantes tan sólo derramaban palabras como: indignante, devastador, frustrante, abuso, sufrimiento (sufrimiento, aunque prácticamente sin dolor por haber recibido la epidural), desconfianza y rechazo. 
                Poco a poco fui reconociendo que había sido presa de la violencia obstétrica. Lamentablemente, la primera impresión de la tan anhelada maternidad parecía ser un fiasco y una carga con exigencias sobre humanas. Igualmente, la lactancia me pareció una carga tremenda, fue un deber a lograr porque era “lo mejor” para el bebé. Le dí 4 1/2  meses lactancia exclusiva, luego ahí empezamos con la  ablactación y después casi hice fiesta cuando dejé de darle pecho a los 7 meses y medio. Obviamente,  hubieron otras circunstancias que no me ayudaron a lograr una lactancia exitosa y satisfactoria, empezando por mí misma, mis sombras y paradigmas erróneos, así como otras situaciones externas que ahora no valen la pena mencionar.
                De cualquier forma, afortunadamente tras considerarme incapaz e incompatible con la maternidad, decidimos abrirnos a la posibilidad de recibir el don de la vida nuevamente y ¡menos mal, ya que ha sido una gran bendición! De hecho, los otros dos partos ni si quiera son concebidos como “guerras”, sino como experiencias vitales transformadoras y empoderadoras, que me han hecho revalorar muy positivamente la maternidad:
                       Muchas personas me han pedido que explique la historia de mi segundo y tercer parto. Finalmente, he tenido tiempo para hacerlo, dedicándole dos artículos para que no se haga tan pesado leerlos. Por otra parte, quiero señalar que  aunque mi marido prácticamente no salga mencionado en las narraciones, le estoy profundamente agradecida por su apoyo cariñoso, comprometido y constante, tanto en los embarazos, como en el parto y especialmente en la crianza de estas creaturitas con las que hemos sido bendecidos y de quienes somos responsables. Como se podrán imaginar él ha sido una pieza fundamental, en primera porque si no, ellos no estarían aquí... 

En fin, entremos en tema, el segundo parto se podría decir que fue:

UN PARTO DOBLE, DE MI HIJO Y  MÍO.
Fue reparador, transformador y empoderardor.

La segunda vez que me lancé al ruedo, en términos generales, sabía a lo que iba, así que sentía menos incertidumbre que la primera vez. Además, ahora sí iba preparada con un curso Lamaze y con un buen equipo.

En el curso Lamaze (psicoprofiláctico):
  • Las instructoras creían no sólo en el parto vaginal, sino en el parto vaginal sin epidural e incluso compartían además de sus conocimientos, sus experiencias con nosotros.
  • Aprendí la diferencia entre dolor y sufrimiento. En realidad, reconocí lo que ya había experimentado en el primer parto: que no van forzosamente  unidos. Si bien en ocasiones se experimentan los dos simultáneamente, también puede haber uno sin el otro.
  • Conocí sobre intervenciones rutinarias innecesarias (enema, maniobaras para separar membranas, rotura de membranas, maniobra de Kristeller, canalización, epidural, episiotomía, etc.) Yo había sufrido muchas de ellas, pero ahora estaba conciente que tenía derecho a rechazarlas
  •  Diseñamos afirmaciones positivas, practicamos estrategias para aliviar el dolor en el trabajo de parto y respuestas asertivas ante situaciones no deseadas o imprevistas.
  • Lo más importante es que creían en la capacidad innata de la mujer para dar a luz y creían en mí. Me apoyaban y me ayudaron a creer en mí.

Por otra parte, tenía un ángel-porrista-pacientísimo por ginecólogo, que respeta la naturaleza y mi dignidad y la de mi hijo, que cree en mí y me apoya. Así que, además de que ya no iba tan menza, en lugar de sentirme como vaca al matadero, ahora iba a por todas, a agarrar al toro por los cuernos, en  manos de un excelente humano y profesional.

Obviamente, las heridas de la primera guerra habían debilitado mi autoestima y autoconfianza, tenía miedo del parto, pánico del posparto y terror del bebé. Estaba dispuesta a intentarlo, pero debo aceptar que no estaba muy convencida de poder lograrlo. Aún resonaban con fuerza aquellas palabras que hacía dos años se habían clavado en mi alma: “para qué sufrir en estos tiempos”, “si ahora te duele, no te imaginas luego”, “no tienes leche”, “lo estás matando de hambre”.
                Con mis inseguridades y mis miedos, se acercaba el día del parto... Desde la semana 36 empecé a soltar algo de tapón, así que dejé de nadar y hacer ejercicio. Esas dos semanas tuve contracciones prodrómicas fuertecillas. Varias veces pensé que ya era el momento y nada, porque después de un rato o unas horas, pasaban y desaparecían.
                Finalmente a la semana 38, después de acostar a mi otro hijo y cenar, las contracciones comenzaron a ser más frecuentes y cada vez más intensas. De hecho, mi marido quería que viéramos una película, pero yo ya no podía concentrarme en verla. Así que me metí a la regadera y ahí empecé a experimentar lo aprendido en las clases Lamaze: “escuchar tu cuerpo y hacer lo que te pida” y a repetir:  “yo puedo… una menos para conocer a mi hijo”.
                A mí, mi cuerpo me pidió hacer cuclillas - squat y respirar lento y profundo cada contracción. Debo de reconocer que me sirvió mucho un video que nos pasó en el curso, una educadora perinatal ahora amiga, de su parto haciendo esa posición.
                Llamamos al doctor y nos fuimos al hospital. Cabe señalar que cada  bache y cada tope del camino son  una tortura. Llegamos a media noche y  yo pasé directo porque ya teníamos pagado el paquete,  pero mi marido se tuvo que quedar llenando los papeles de ingreso, situación nada graciosa, ya que no saber cuándo me acompañaría hizo que mis nervios se incrementaran. Luego nos enteramos que podríamos haber dejado ya firmado todo con anterioridad y así él hubiera pasado conmigo desde el principio… ¡Ni modo, para la próxima!
                En esos momentos, el tiempo pasaba en cámara lenta y sentía que todos los empleados del hospital eran los más ineficientes del mundo. Los 5 - 10 minutos que pasan mientras te suben en silla de ruedas a la sala donde te dan tu bata, te ponen el monitor electrónico fetal y llega tu doctor, parecen 5 horas. ¡Y no se diga los 15 o 20 minutos conectada a esa cosa sin poderme mover y acostada!… Lo único que deseaba era arrancarme las correas, poder moverme y seguir haciendo lo que el cuerpo me pidiera.  Sin embargo, mientras estaba ahí atada, agradecí que otra educadora perinatal nos hubiera explicado que si vomitas es normal, y es en general, señal de que ya estás prácticamente al final del trabajo de parto. Así que cuando me pasó, aunque suene asqueroso, pero hasta me animé y agarré fuerzas.
                Cuando me quitaron el aparatejo, me metí nuevamente a la regadera a seguir con mis sentadillas – squat en cada contracción. Conforme pasaba el tiempo me metía  cada vez más en mi misma. En esos momentos te olvidas del tiempo, de los demás y de que alguna vez tuviste pudor. Simplemente tu parte más racional se queda fuera del cuarto y te encuentras creando, como diría Penny Simkin, tu propio ritual y ritmo para relajarte.
                Así estuve un tiempo, hasta se oyó ¡pop! Se rompió la fuente y salió el tapón. Y sí, aunque estés en la regadera notas el chorrote de líquido amniótico escurriendo.  Debo confesar que ahí, llegué al punto de dudar si podría seguir sin epidural. De hecho, le dije al doctor que si esto seguía mucho más, ya no creía poder. Él me dijo claro que podría, pero que además seguro ya estaba completa (totalmente dilatada, 10cms) lista para que naciera y sí, así fue… 
                Directo a pujar y a las 2 am ya estaba cargando a mi bebé. Sin embargo, los recuerdos pasados y el miedo a las inyecciones hizo que mientras salía la placenta y suturaban algunos desgarritos leves, le diera a mi marido al bebé porque yo pensaba que lo tiraría mientras me cosían. En realidad, no sentí nada con la anestesia local  y perfectamente podría haberlo cargado, pero bueno...
                En fin, al día siguiente, en realidad ese mismo día más tarde, me sentía perfecto y hasta me fugué a comprarme al Starbucks una tartaleta de chocolate blanco y zarzamoras para desayunar.
                Eso sí, habiendo aprendido de los errores pasados, no avisamos a nadie que ya había nacido hasta 24 horas después. Queríamos estar solos y poder aplicarme en la lactancia, descansar y disfrutar sin interrupciones. Sólo fue mi otro hijo a conocer a su hermanito, mis padres y dos que tres personas espaciados, sin aconglomeraciones ni multitudes.
                Me quedé con mi bebé en el cuarto, quería hacer alojamiento conjunto, pero los recuerdos me traicionaron en la madrugada. Estaba  agotada y adolorida porque el bebé llevaba horas mamando sin desprenderse y sólo así estaba tranquilo, después empezó a llorar sin consuelo. Entré en pánico y justo mi doctor pasó a revisarme y me dio una pastilla para dormir mientras se lo llevaron al cunero.
                Y luego, ya en casa fue totalmente otro rollo distinto al de la primera experiencia. Hasta recuerdo decirle a mi marido, que ahora entendía por qué había gente que decía que “los bebés eran lo mejor”… No podía creer estar disfrutando a un bebé tan chiquito…

Con este segundo parto descubrí:
  • Que estar dilatada y con algo de borramiento no se traduce en parto inminente, pueden pasar días y hasta semanas.
  • Que los pródromos van preparando el camino y hay que ser pacientes. Por más que tengas contracciones fuertecillas, mientras no tengan una frecuencia constante y vayan aumentando de intensidad, relájate, aún no ha llegado el momento… ¡Pero se acerca! Así que te puedes ir poniendo feliz,  tu cuerpo se está preparando.
  • Que los tactos deben de ser los menos posibles y en general no duelen. Si duelen horrible y espantoso es, en realidad, porque te están haciendo maniobras para despegar membranas o romper la fuente. 
  •  Que para evitar la episiotomía la mayoría de las veces sólo se necesita paciencia y definitivamente, un desgarre natural es mejor que un corte innecesario.
  • Que un parto respetado facilita el apego con tu hijo, la lactancia, la crianza y la experiencia de la maternidad.  
  • Que la recuperación de un parto normal sin intervenciones innecesarias es impresionantemente rápida.
  • Que sí podía y sí puedo parir sin epidural.
  • Que sí puedo dar pecho, sólo necesitaba confiar en mí, escuchar a mi bebé y hacerle caso a sus necesidades y a mi instinto.
Este embarazo fue muy especial porque me ayudó a cerrar heridas y  a sanar mi autoestima. En realidad, fue trasformador y empoderador. En cuanto nace tu bebé y te das cuenta que lo lograste,  sientes que el mundo te queda chico y que puedes con todo.
                Ahora bien, aunque tuve mejor experiencia con la lactancia materna, dando pecho exlusivamente hasta los 6 meses y luego hasta los 9 y medio. Aún los recuerdos y un pediatra “wannabe” pro lactancia (con horarios, fórmula por si las flies, supositorios, laxantes) obstaculizaron nuevamente, aunque en menor grado, mi experiencia y el poder lograr llegar al punto de disfrutar lactancia y el colecho…  Así que me faltaba un tercero para poder experimentar las maravillas de la lactancia materna exitosa y satisfactoria. 

 Por tanto, claro que me faltan mil cosas por lograr, aprender y crecer, 
pero con este parto también yo nací, 
 ahora era y me sentía  una mujer y madre nueva, transformada y empoderada.




Artículo publicado en Yo Influyo


3 comentarios:

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  2. Gracias por compartir lo que muchas sentimos y no nos animamos a expresarlo, la misma sociedad te tacha de mala madre, si no sientes que fue una experiencia llena de amor como lo pintan muchas veces, pero es alentador saber que las demás experiencias pueden ser diferentes y transformarte.

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    1. Perdón no había visto tu respuesta. Tienes toda la razón, cada experiencia puede ser transformante...Lo malo es que a veces está tan idealizado que no da miedo contar la verdad de cómo lo vivimos o cómo nos sentimos. un beso

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