jueves, 5 de marzo de 2015

Inocencia y felicidad





Soy fan de mis hijos ¡y es que te los comes!... No hay cómo escucharlos y verlos para poder definir la inocencia pura y la felicidad que da hacer de lo ordinario algo extraordinario y ser capaz de asombrarse con todo y de todo.

Qué tal, tras un estrepitoso petarrón y un "malintencionado" comentario por mi parte:  "¡Válgame Dios! ¿La silla tronó? ¡Cuidado se está rompiendo!", viene lo mejor,  su respuesta con mano levantada incluida: "jajaja, no mamá, yo me tiré un pun". Alguna vez mientras me ahogaba de risa, me he detenido a pensar en qué momento deja uno de responder con desparpajo: "¡fui yo!" Y no es porque esté en contra de la norma sociocultural de no andar liberando aires ligeros sin ton ni son frente a los demás, sino porque de pronto lo extrapolas y te cuestionas en qué momento dejamos de ser transparentes y de divertirnos con lo sencillo.

En verdad, quisiera poder tatuarme el alma esas pequeñas caritas, intervenciones y peticiones cuando:

   Te explican con seriedad lo rápido que se mueve la luna cuando la perseguimos con el coche para que no la alcancemos.
   Te informan que hueles a fuchi, pero igual te siguen abrazando.
   Te corrigen con la boca llena cuando estás diciendo algo con la boca llena.
   Por qué la sirenita en el palacio seguro seguía usando conchas en lugar de brassier.
   Debes contar unas 100,000 veces el cuento de la Bella sin la Bestia o el de Dora sin el zorro.
   Hay  explicar cosas tan sencillas como por dónde sacan tinta los pulpos, cómo se pesca camarón, por dónde sacan la tela araña las arañas, cómo se hacen las perlas, por qué nos morimos,  por qué hay pobres, por qué mataron a Jesús.
   Te dicen que "necesitan" ir a Disney o te regalan miles de recortes, entre ellos “tu foto”, una mamá con un corazón en su delantal o un anillo y su dije de diamantes y con rosa porque es tu color favorito y  para rematar un recorte como "v" invertida que te explica que es ella levantando un pie, para que la guardes y  no la extrañes cuando se vaya a vivir a otro país.
   Dices que ya te vas y se pone a llorar porque no quiere que se quede su "hermanito" que aún no está listo, o cuando los ves jugando (antes de guamearse), ayudándose o cuidándose.
   Riéndose te cuenta que se cayó al escusado, pero que no le jaló y por eso, por suerte no se fue por el caño.
   Les ilusiona hacer una casa con sábanas o un picnic debajo del tombling.
   Terminan de comer aguacate y se van corriendo a sembrar el hueso al jardín.
   Se cambian unas 80 veces de ropa y de disfraces por día.
   Vas al doctor con tus hijas y tus "nietas", o sea sus muñecas en carriola, fular o huevito según el día.
   Te dice que va a ser doctora de ayudar "a bebés que nazcan" para trabajar contigo (educadora perinatal).
   Estás  llamando la atención y te sueltan un te quiero con un abrazo divino.

En fin, podría seguir y lástima que no escribo diario sus ocurrencias porque desafortunadamente las olvidemos. Esos pequeños momentos que hacen que cualquier esfuerzo y sacrificio valga la pena. Esas miradas confiadas y puras que nos impulsan a ser mejores mamás y papás cada día y a valorar el don de la vida y la bendición de ser padres.

Verdaderamente su amor desinteresado nos hace comprobar que el amor nos cambia, nos compromete y nos responsabiliza. Y su inocencia nos acerca a nuestro niño interior y a recuperar destellos de nuestra inocencia, creatividad y sencillez.

Tenemos tanto que aprender de ellos,

es cierto que deberíamos ser como niños…

La vida sería menos complicada y seríamos más felices.


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