El fin vi la película The impossible
/ Lo imposible, sobre el Tsunami del 26 de diciembre de 2004. Realmente se
me hizo durísima y angustiante; y eso que tiene final de cuento de hadas para
los protagonistas. ¡Qué bueno que para esa familia de la vida real fue así,
pero para cuántos fue totalmente otra historia! Para cuántos más allá de las
pérdidas materiales marcó inesperadamente el fin de su existencia o la de sus
seres queridos.
Ni las guerras ni
los desastres naturales deberían de suceder; pero lo dramático es que las
guerras podrían no existir, porque son causadas por la soberbia humana, por su
incapacidad de reconocer la verdad, de buscar el bien y de amar; mientras que los
desastres naturales causan tragedias sin tomar en consideración los deseos,
preferencias, creencias del ningún hombre. Así pues, las guerras podrían y deberían ser erradicadas
y no existir, ya que dependen del hombre. Ahora bien, los desastres naturales, desafortunadamente seguirán pasando, dejando
patente por un lado, la pequeñez del hombre, su impotencia e incapacidad de detener
o evitar las fuerzas naturales. No obstante, por otro lado, también sacan la
grandeza humana capaz de ayudar desinteresadamente, superar el egoísmo, entregarse
y sacrificarse por amor, tanto por familiares, conocidos o incluso por
desconocidos: “aunque sea lo último que
hagamos” (cuando salvan al niñito)…
Definitivamente,
creo que como padres justo lo que deberíamos
estar inculcando prioritariamente a nuestros hijos, no sólo con palabras sino
con el ejemplo es: a amar amando. De
nada están sirviendo para cambiar el mundo hijos con bachillerato
internacional, titulados en las mejores universidades mundiales, hablando chino
y ricos, cuando en valores y como personas son unas piltrafillas huecas con
nulo crecimiento en “humanidad” e incapaces de comprometerse y sacrificarse,
esto es de amar.
Como papás
tenemos que autoanalizarnos, ordenar nuestras prioridades y descubrir las miles
de oportunidades para enseñar con el
ejemplo a amar de verdad, cuando duele, cuando estamos exhaustos o sin
paciencia. De la película, me impactaron dos escenas:
- La noche previa al tsunami, cuando su hijo se va a la cama de sus papás a dormir y le pide ir afuera a ver las estrellas y ella le dice: “mañana”.
- Momentos antes del tsunami cuando sus hijos le dicen que venga a jugar y ella les dice: “luego, juega con tus hermanos”.
Cualquier papá o mamá normal puede identificarse con estas
escenas y respuestas. La verdad es que a
veces vivimos como si la vida propia, la
de nuestro esposo o esposa, la de nuestros hijos, familiares y amigos, la
tuviéramos comprada o garantizada. Sin embargo, ni trabajando infinitas horas extra o siendo millonario podemos comprar
la vida de nadie. De hecho, la
muerte es de las únicas certezas que tenemos, aunque sea en la incerteza
respecto a cuándo sucederá. Sé que la muerte es un tema incómodo y tétrico
para muchos, pero es una realidad y no se trata de que la “certeza de la muerte
incierta” se convierta en tu motivación para actuar, pero sí que hay que
tomarla en cuenta.
Ahora bien, el que sí debe ser el motor y motivación tanto
para vivir y como para morir es uno sólo, el amor, para poder decir como la
protagonista, amar “aunque sea lo último que hagamos”. Debemos vivir amando, hasta el
extremo, porque a final de cuentas eso se traduce en el buen vivir, en la
verdadera felicidad y además, al morir es tanto lo que dejaremos como lo único
que nos llevaremos, el amor que recibimos y lo que amamos.
Por tanto, estoy
convencida de que es necesario
replantearnos con regularidad nuestras prioridades, valores y expectativas
personales, familiares, laborales, sociales. No está de más, de vez en
cuando preguntarnos:
¿Qué haría si supiera que mañana, en una semana, en un mes, en un año
muero?
¿Seguiría viviendo igual? ¿Tengo una costurita pendiente?
¿Cambiaría algo?
A veces la vida nos da tiempo
de rectificar, pero a veces la muerte no toca a la puerta, tan sólo entra
inesperadamente, sin darnos oportunidad de dar un abrazo, un beso, de pedir
perdón, decir adiós o decir te quiero. El mundo ya es lo suficientemente
duro, como para que el hogar sea un lugar hostil que te “prepare” para “ese
mundo”. No podemos controlar los
desastres naturales, pero sí podemos responder humanamente ante estos, erradicar
las guerras y demás hostilidades mundanas. Ahora bien, sólo lo lograremos si el
hogar se convierte en fuente de paz y en escuela del amor que “prepare” para
vivir amando y así poder cambiar el mundo, humanizándolo.
En la familia no se debe escatimar en tiempo
dedicado y compartido, en risas, en besos, abrazos y apapachos, en pedir perdón
y saber perdonar, en decir te quiero o te amo y en demostrarlo con actos no
sólo con palabras. El amor nunca es demasiado y nunca maleduca, el verdadero amor se da sin medida y sin
condiciones o no es tal, sólo hay que saber qué es amor y qué no…
El amor forma y potencia al máximo,
busca el bien de uno y del otro,
lo hace más humano y mejor persona,
esto necesariamente impacta positivamente en la sociedad
y en la construcción de un mundo más humano.
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