Estoy bastante peleada con el consumismo –
materialismo y con atesorar cosas, no sólo porque no tengo espacio para
guardar, sino porque hay gente que verdaderamente necesita lo que a mí "solo me
ocupa lugar y no pienso usar"; y principalmente, porque me parece incorrecto e
inhumano. Así pues, trato de inculcar la austeridad a mis hijos, que por
supuesto no es sinónimo de que vayan sucios, rotos o de que jueguen sólo con
tierra y palitos, ni que no guarde alguna que otra cosa especial. Lo que sí es
que, aquí entre nos, las fotos son una maravilla para guardar recuerdos y
ocupan mucho menos espacio real, aunque sí virtual.
Pues debo confesar, que a veces parezco el demonio
de tazmania al hacer limpiezas constantes para tirar lo que no sirve o regalar
cosas que estén en buen estado pero que no usamos. De hecho, alguna vez he
tirado algo que sí servía o necesitaba. P.e. Una pieza de una muñeca,
literalmente japonesa, que mi hijo había despegado y yo había guardado para
arreglar, pero en una limpieza reciente cuando vi el pedazo de madera no supe
qué era y lo tiré. Claro que tres días más tarde al ver la muñeca sin moño, me
quería morir. En fin, admito que las limpiezas abarcan incluso productos recién
llegados, esto es, nuevos; si nos regalan algo que ya tengo/tienen o que no
necesito/necesitan, pues:
- o regalo lo viejo, o lo nuevo, dependiendo de varios factores, pero normalmente, los dos no llegan a coexistir en el armario o cajón. Básicamente porque por lo general, ya de hecho, uno tiene más de lo que se necesita.
- o en su defecto, si es posible, lo cambio por algo que sí necesite/necesiten.
Esto de las limpiezas lo hacía instintivamente, con
todo artículo que llegaba a casa, para mí, o para mis hijos. Todo pasaba por una
veloz inspección a mi cargo y entonces, sin miramientos, le asignaba al
objeto en cuestión, su destino.
El caso es que en el proceso de “limpieza” hace
unos meses regalé:
- Un par de zapatillas tipo de ballet de juguete de "Campanita". Más que nada porque tenemos la bendición de tener unos amigos muuuuy generosos, que nos hacen el favor de pasarnos ropa y cosas de sus hijos, y pues nos dieron varios pares de zapatillas: unas con tacón de varias princesas y otras tipo de ballet que se sumarían a las que ya teníamos. Así que se me hizo fácil, quedarme con las de tacón que nos daban que estaban monísimas y hasta con luces (mil veces más monas que las que teníamos) y regalar las que ya teníamos. En cuanto a las zapatillas tipo de ballet, decidí regalar un par ... ¡un par de cuatro! El hecho pasó desapercibido por 4 meses…. ¡Hasta que la semana pasada mi hija me pidió el par “desaparecido”!!!!!! Rápidamente, le dije la verdad: que ella tenía tantas "nuevas", que las había regalado junto con las viejas a una niña que no tenía ni un par de zapatillas para jugar y que la niña se había puesto feliz como lombriz al recibirlas... Hubo un momento de drama significativo y pensé que ya no podía regalar sus cosas así nada más a diestra y siniestra, que ahora debía involucrarla en el proceso.
- Sin embargo, la costumbre y el instinto me traicionaron. En esa semana, le regalaron una pijama y vi que "ya no cabía" en el cajón y decidí regalar una delgadita, que justo por ser delgada, nunca se la ponía (en 6 meses la usó no más de 5 veces), porque como se destapa, trato de que al menos esté bien abrigada. En fin, tras no haberla usado en meses, se le ocurrió pedirla una noche… QUÉ-WHAT?·$¿%&! Pues sí, la quería y le dije la verdad: “ups, la regalé, a una niña que la necesitaba, tú ya tenías muchas”. Claro que empezó el drama y muy mal de mi parte, porque le puse crema a mis tacos y dramaticé la historia conforme veía que la intensidad del drama iba en aumento. Total, que resultó que: se la regalé a María, una niña pobre, pobre, pobre que no tenía pijamas y que con el frío que está haciendo le iba a dar pulmonía. ¿Qué onda conmigo? ¡Hasta bauticé a la niña! porque que mi hija quería saber el nombre de la dueña de su expijama. Finalmente, las lágrimas cesaron, pero se me complicó el asunto porque no entendía cómo hay gente que no tiene dinero para una pijama y que por qué si sus papás sí trabajan les pagan tan poco que no les alcanza casi ni para comer... HELP!!!!... Por eso no hay que mentir…
En fin, definitivamente los niños nos dan
lecciones, por activa o por pasiva. Así que créanme, que el instinto y la
costumbre me los cortó de tajo mi hija esa noche. Tanto que, hace unos días que
lavamos unos juguetes, aproveché de invitarla a que escogiera unos para regalar
a niños que no tenían y sí, sorprendentemente eligió algunos y los regaló
feliz.
Toda esta historia lo que me deja es que a veces
los vemos pequeños y seguimos creyendo que “no se enteran” y “se enteran” más
de lo que creemos… Y además, si bien hay
etapas en las que podemos “regalar o disponer” de sus cosas sin comentarles,
hay que saber cuándo llega el momento de no hacerlo.
Estoy firmemente convencida de que se debe respetar
a los niños y tratarlos dignamente, sabiendo que no son nuestros clones ni
nuestros robots, sino personas libres, únicas e irrepetibles. Por tanto, creo
que nuestra misión está muy alejada de posturas autoritarias, sin que eso signifique
quedarse cruzados de brazos, ni renunciar a nuestra obligación de
educar/formar.
Desde que me enteré que Miguel Ángel decía respecto a sus esculturas, que sólo sacaba de las
piedras lo que había dentro y los liberaba, siempre me ha parecido que sus
“Esclavos” son la representación
artística de lo que significa educar y formar. Como padres, nuestra misión es
ayudar a sacar lo mejor de nuestros hijos y a “liberarlos”; esto implica
ayudarlos a ejercitar esa facultad que los distingue de entre todos los seres
vivos: la libertad, elegir de entre los bienes el mejor.
Si bien, prácticamente sin ayuda nuestros niños se
descubren libres, poco a poco los padres les ayudamos a valorar ese gran don de
la libertad, a aprender a elegir, lo bueno y verdadero, y a hacerse
responsables de sus decisiones. Evidentemente, el proceso es paulatino, pero la
formación en la libertad responsable, empieza desde antes de que sean
concebidos, continua durante el embarazo y luego, a lo largo de la vida.
La intervención parental varía a lo largo del
tiempo, siendo en general más activa e intensa en un inicio, debiendo tender a
impulsar al vuelo y a dejar volar. Esto no significa que pasados los años los padres no tengamos ni voz ni voto, sino
que si bien podremos dejar clara nuestra postura, dar un consejo¸ en ocasiones,
tendremos que mordernos la lengua, amarrarnos y aunque duela verlos que van
en picada o a estamparse. A veces lo único que nos quedará tras aclarar puntos
básicos, será tolerar, y esperar, dejándoles siempre la puerta abierta, para que tras el golpe, simplemente regresen
al menos por un abrazo.
Por tanto, si queremos formarlos en valores, sea el
de austeridad, la generosidad o el que
sea, definitivamente, no se hace imponiendo ni obligando, sino con el ejemplo, respetando
su dignidad y su libertad; y buscando aprovechar cada instante para que tomen
las riendas de sus vidas y empiecen a tallar su vida cual una obra de arte.
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