domingo, 3 de noviembre de 2013

Los hijos y la muerte







NOTA:
SI NO HAS VISTO LA PELÍCULA DE NO SE ACEPTAN DEVOLUCIONES Y LA QUIERES VER,
LEE ARTÍCULO LUEGO.


Los niños tienen la capacidad de hacerte preguntas o afirmaciones incómodas a toda voz cuando descubren cuestiones vitales como la “unicidad del ser humano”. Así pues, sin la menor discreción y sin quitarle los ojos a la persona en cuestión, sueltan:

  •  Mamá, ¡mira esa señora qué gorda!
  • Mamá, ¿por qué ese señor va disfrazado de vestido y se pintó la cara de negro?
  • Mamá, ¿es hombre o mujer? ¿Entonces por qué trae el pelo largo?
  • Mamá, ¿por qué el señor no es amable y no dice gracias?
  • Mamá, ¿mira esa señora salió con “pelos chulis”? (o sea, despeinada)

Efectivamente, la amabilidad y “las gracias” se lo he inculcado, así como cuando se despierta le digo ¡qué pelos chulis! Y luego que venga a peinarse para poder salir a la calle, pero respecto a todo lo demás, ¡nada! Obviamente, se convierten en momentos formativos de oro que aprovechas, pero en definitiva te sacan de balance.

Ahora bien, a veces las preguntas o afirmaciones incómodas se convierten en un diálogo que investiga otras cuestiones vitales y llega a niveles insospechados que te hacen pensar en “realidades” que ni siquiera quisieras contemplar, tocando tu corazón y sintiendo una daga que lo atraviesa.

Pues así fue, en una ciudad con más de 20 millones de habitantes, un regreso del cole a casa, da para muuucho. Cada pregunta hecha por tu angelito hace que sientes que movieron tu casa de sitio, como mínimo, a otro estado:  

  • H: Mamá, ¿por qué el iaio (abuelo) se murió joven? ¿Por qué se enfermó? ¿Por qué no lo pudieron curar?... ¿Por qué el perrito de mis abuelos se murió? ¿Por qué se murió de viejito?... (Vamos solucionando de una a una y llegamos a:)  ¿mi abuelo está viejito?
  • M: Y pienso, ésta es más complicada, ¿a más de 70, qué adjetivo le corresponde? Así que pregunto: ¿tú qué crees?
  • H: “No, él sólo es grande. No es viejito porque hasta me le aviento y me cacha. A él le quedan muchos, muchos, muchos, muchísimos años. ¿Verdad mamá?”
  • M: Los pensamientos y sentimientos se empiezan a mover en mi interior y retumba el "¿verdad mamá?", ¿verdad?... Respuesta: eso no lo sé, depende de Dios, pero ojalá, ojalá y a así sea y viva muchos años más y bien, porque lo queremos mucho.
  •  H: “Mamá, sí, así va a ser”…
  •  Piensas: ¡ojalá y sea cierto lo que dice su bola de cristal! y crees que ya acabó la conversación, que ya fue mucho para 3 años… 
  • Pero entonces, clava la daga y esperas que su bola de cristal se rompa: “Mamá, ¿y por qué yo me voy a morir joven?”

¿Joven?!!!!!!!! Claro que poco más y te estampas, ¿de dónde saca eso? ¿qué onda con sus conclusiones? Tratas de respirar, porque sientes que te falta el aire y necesitas recuperar el ritmo cardíaco. Sabes que no entiende muy bien todavía el concepto joven-viejo, ayer-hoy y menos la muerte,  pero sí sabes que desde hace mucho, hasta llegó a afirmar con lágrimas un par de veces: “yo no me quiero morir” y ahora sale con que se va a morir “joven”.

¿Qué piensa su cabecita, qué está pasando por su corazón? ¿Qué le respondes tras haberle preguntado a qué se refiere y por qué lo dice? Ahora bien, sabes que no puedes afirmar contundentemente que no…

  • M: Pues ojalá que no.
  •  H: ¿Por qué?
  • M: Porque me quedaría muy triste, te extrañaría demasiado porque te quiero mucho y porque hay muchas cosas que podrías hacer durante la vida, pero sólo Dios sabe.

En fin, seas creyente o no, y acabes contestando porque sí o porque Dios, al final llegamos a un punto donde los “por qués” infantiles requieren respuestas no de adultos, sino de Alguien del más allá, superior a nosotros.

El punto es que verdaderamente a veces vivimos nuestra paternidad/maternidad como si hubiésemos comprado sus vidas y tuviésemos derecho sobre ellos, cuando sólo nos los han prestado y encargado por un rato; claro, “a condición” de que los ayudemos a llegar a la eternidad.

Pues no habiendo pasado ni una semana de esta conversación, fuimos al cine a ver No se aceptan devoluciones de Derbez, y debo de reconocer que, independientemente de algunos aspectos o puntos cuestionables, verdaderamente me sorprendió, me hizo reír como hace mucho, llorar, reflexionar y coincidir en que:
  • Los hijos nos enseñan a vivir sin estar preparados
  • Nos conquistan, nos hacen hacer todo tipo de sacrificios y locuras por ellos
  • Nos hacen crecer como personas y querer sacar la mejor versión de nosotros mismos



Como hizo el juez en la película, “yendo más allá” de su peculiar forma de ser, de sus caídas personales y de los errores cometidos al criar y formar a su hija, pienso que la película fundamentalmente nos invita a:


Centrarnos en lo esencial al criar y formar a nuestros hijos, el amor verdadero responsable,

siendo concientes de que no son un derecho sino un don,
que la vida de ellos y nuestra tiene caducidad cierta pero de fecha incierta.




Evidentemente, ser concientes de esto, no implica irresponsabilidad, ni compensarlos materialmente; así como tampoco el dramatizar, ser pesimistas, ni rendir culto a la muerte. Al contrario, urge  generar una cultura de vida en nuestras familias para vivir responsablemente, bien y en la verdad cada instante, como si fuera el último día. Necesitamos aspirar a altos ideales que se correspondan con nuestra dignidad, a crecer en humanidad, a amar más y mejor, a forjar virtudes y formar a nuestros hijos pensando en su bien y no en satisfacer nuestros deseos egoístas.

Así pues, les comparto por si les sirve, tras salir de la película me resultó inevitable cuestionarme:

¿Facilito y promuevo que nuestros hijos admiren y respeten a su padre?

¿Si yo muriera pronto viviría igual? ¿Formaría  igual?

¿Si supiera que mis hijos morirían pronto, qué cambiaría?

No hay comentarios:

Publicar un comentario