El
otro día, un amigo me comentaba que no tenía vocación como padre. Al final,
concluyó que las circunstancias de la vida y las heridas, aún sin cicatrizar,
le impedían pensar si quiera en volver a ser padre...
Así
pues surgió un tema:
La vocación de ser mamá
o papá, ¿es inherente, cultural o se va descubriendo?
Si
buscamos la respuesta en la realidad podemos constatar que el deseo de procrear
va más allá de repetir inconscientemente un
patrón cultural aprendido o de querer que alguien nos suceda.
La
realidad nos muestra que el ser humano personal es un ser social por naturaleza, cuya vocación es amar. Como es sabido, cuando la persona se entrega totalmente tiene la posibilidad
hacer fecundo ese amor. Así pues, el amor conyugal es inherentemente fecundo y de
natural, posibilita que los esposos sean cocreadores de un hijo que es síntesis
e imagen viva y permanente de su amor. Por lo que podemos afirmar, que la
vocación maternal / paternal está inscrita en nuestra naturaleza.
Ahora
bien, creo que en un mundo individualista, materialista y hedonista,
la natural
vocación a la paternidad - maternidad, ha quedado relegada a rincón
polvoriento custodiado por dos guardianes muy celosos: el placer y la razón. Ambos,
desde su puesto, buscan “ser fieles” a los valores sociales posmodernos y exigen creer y gritar con tus actos y
decisiones:
- Yo - me - mi – conmigo.
• Los
demás solo son importantes en cuanto que sean “medios convenientes” para
alcanzar mis fines y me aporten placer.
•
Las
relaciones son necesarias porque son útiles.
• Triunfar
es sinónimo de tener solvencia económica y un cierto status social
- No te ates a nada ni a nadie porque pierdes libertad, haz siempre lo que quieras.
- Disfruta y aléjate de cualquier situación que impliqué lucha y sacrificio.
Así
pues, bajo estos supuestos, se entiende que la natural vocación a la maternidad
/ paternidad no sea popular en estos tiempos y que sea “sepultada viva” en lo profundo del alma a
través de elaborados raciocinios que intentan acallar la voz del amor verdadero
que desea ser fecundo. Entonces, se decide
“esperar” para desenterrar la vocación a la maternidad y paternidad, porque:
- Quiero estar más preparado.
- Ahora no es el momento ideal.
- Necesito conseguir “x” puesto o sueldo para darle “todo”.
- Me faltan muchas cosas por hacer.
En
el fondo, se ve al hijo como un “enemigo” con el que habrá que luchar para no “perder”.
Perder: libertad, comodidad, oportunidades personales y profesionales. Desafortunadamente,
como diría Spengler, cuando se buscan
razones para tener hijos, no se tienen. ¿Por qué?
- Porque el amor que cocrea a los hijos no entiende de lógica individualista, hedonista ni materialista.
- Porque el amor a los hijos es incompatible con el egoísmo, el orgullo y el rechazo del sufrimiento.
- Porque el momento ideal nunca llega y siempre habrá más cosas por hacer.
- Porque todo lo que los niños necesitan amor y tiempo; no maestrías, puestos directivos, salarios exorbitados, ni ropa de marca, etc.
- Porque paradójicamente al optar por la vida y el amor, te descubres más libre y realizada.
Con
esto, no niego el hecho de que se debe de
ejercer una paternidad responsable, ni mucho menos. Un hijo es una gran
bendición pero también una gran responsabilidad. El punto es que en muchas
ocasiones, para cuándo se cree que ha llegado “el momento”, la vocación a la
maternidad y paternidad se encuentra asfixiada y lo que queda es una sombra de
lo que realmente debiera ser. Entonces, el
hijo, don invaluable, se ha convertido en un híbrido, entre un derecho a
exigir y un producto a adquirir a toda costa y a cualquier precio. Y en definitiva, no se tiene derecho a
tener hijos y estos, no son un producto
de consumo, sino un regalo.
Aunque ontológicamente el hijo no
pierde su valor; inconscientemente se le deja de concebir como un fin en sí
mismo. Se le deja de concebir como un quién invaluable y se convierte en
"algo", "deseado o indeseado", que
resulta invariablemente una carga, un lastre para la realización personal,
profesional y familiar.
Finalmente,
como reflexión final considero importante mencionar que aun teniendo a nuestros
hijos en brazos, a veces nos cuesta “liberar”
nuestra inherente vocación maternal / paternal. De hecho, estoy convencida que aunque la tenemos naturalmente, es con
el tiempo, amando a nuestros hijos y
siendo amados por ellos, que vamos descubriendo y enamorándonos el don de la
vocación a la maternidad / paternidad.
Curiosamente,
son nuestros hijos
quienes
nos acercan y nos enseñan
a
reconocer y a descubrir nuestra vocación maternal / paternal,
logrando
que nos enamoremos locamente de esta vocación al amor
y
que los valoremos de acuerdo a su dignidad.
PD. Este artículo se lo debo a mi prima que hace bastante me cuestionó por qué las parejas quieren tener hijos y a dos amigos, a uno que me hizo reflexionar respecto a la vocación maternal/paternal y a otro, con quien discutimos respecto a si es natural o cultural. También a mi director de tesis, que me pasó la frase de Splenger y quien me enseñó mucho a lo largo del proceso. ¡Gracias porque me dan ideas, argumentos y hacen que se me mueva el chícharo!
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