Después de unas mega vacaciones de escribir, lo
retomo con un tema típico de esta época:
la
entrada al cole por primera vez en la vida.
Es de todos sabido que ese primer día de cole en la
vida personal del niño, de sus padres y de los abuelos, es muy significativo, a veces
no sabes quién llora más, si los niños, los padres o los abuelos. Las lágrimas corren desde los ojos o desde el corazón
bidireccionalmente entre niños y adultos, algunas corren el rímel, otras
atraviesan el alma y algunas parecen causar una inundación; depende las personalidades. Claro que las de nuestros niños
van cargadas de temor o inquietud ante lo desconocido y ansiedad por la
separación. Las de los adultos, además de lo anterior, incluyen un coctel de
sentimientos antagónicos complejos: alegría-tristeza, emoción-nostalgia,
aceptación-resignación. En otros casos, están presentes sentimientos de culpabilidad (especialmente cuando escolarizan
a sus hijos antes de los 3 años) y en otros, triste y desgraciadamente,
sentimientos liberadores y extasiados de “deshacerse al menos unas horas de sus
hijos porque no los soportan ni un segundo más y ya no saben qué hacer con
ellos”.
Evidentemente, ser padres no es fácil; es agotador
física, psicológica y espiritualmente. Estoy convencida que criar un hijo es mucho
más demandante que practicar cualquier deporte de alto rendimiento y no debes
renunciar, estás comprometido de por vida. Ahora bien, cuando mayor es el reto,
mayores son las satisfacciones y el crecimiento. Ahí está la gracia y lo
inigualable de este don de ser cocreadores: ellos son nuestros mejores entrenadores en el arte de amar
incondicionalmente y sin medida. Ellos son nuestros maestros enseñándonos a
valorar cada segundo de vida. Ellos son quienes nos muestran lo realmente
valioso de la vida. Gracias a ellos experimentamos momentos maravillosos y “priceless”
que brindan felicidad plena, haciéndonos capaces de hacer hasta lo inimaginable.
En fin, si bien es inevitable tener sentimientos
encontrados y dejar escapar lágrimas de los ojos y del corazón al verlos crecer,
que estas sean lágrimas sanas y de amor, que
impulsen a nuestros niños a volar lo más
alto posible y con seguridad.
Ahora bien, me parece urgente que las personas que
vivimos dentro de esta sociedad atomizada, que entroniza el individualismo,
reclamemos nuestro derecho a vivir en sociedad, a contar con “nuestra tribu”. Necesitamos
recrear “sociedades sociales”. Esto facilitaría la crianza respetuosa, los
padres podríamos ejercer nuestra misión de
manera eficaz, responsable, generando en consecuencia mejores ciudadanos y
mejores sociedades.
Cuando se deja un hijo por primera vez en el cole,
puede haber toda una gama de sentimientos complejos y contradictorios, pero me
parece que deberían de ser erradicados los sentimientos y comentarios que hacen
alusión al “gran estorbo que los hijos resultan ser”, “a lo inaguantables y esclavizantes
que son”.
En definitiva, ejercer la paternidad/maternidad con
amor responsable no es tarea sencilla, pero creo que sí deberíamos de saber qué hacer con ellos cuando están en casa, que deberíamos
aprovecharlos y disfrutarlos más, porque verdaderamente el tiempo vuela.
Además, como aprenden de nuestro ejemplo y como todo se regresa en esta vida,
si les damos esos “mensajes” no será de extrañar que nosotros seamos para
ellos, antes que cante el gallo, un “estorbo, a quienes ya no aguantan por
pesados y esclavizantes, y con quienes ya no saben qué hacer”…
Dicho lo anterior, no propongo una crianza fundamentada
en el amor responsable, sólo por conveniencia para que no se nos regrese luego lo mismo, sino que
pensemos lo delicado que resultan nuestros sentimientos, pensamientos y
actitudes no sólo en su desarrollo personal afectivo - psicosocial, sino en la
concepción que tendrán del otro, de su prójimo y en especial del dependiente; y
en el tipo de relaciones que establecerán si ellos interiorizan esa imagen de
sí mismos y del otro.
La concepción que tengan nuestros hijos de
la persona
y de sí mismos no es irrelevante,
sino decisiva en la construcción de la sociedad.
Por tanto, que esta nueva etapa sea eso,
una nueva etapa y no,
un alivio para deshacernos de nuestros
niños.
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