Recuerdo que un día mi prima, que
se había casado 5 años antes que yo, me decía caminando en la playa: “cuando
tienes hijos, nunca vuelves a dormir igual”. Y sinceramente, hasta que los
tienes comprendes la profundidad del asunto, ya que no solo implica el dormir
literal, sino que ahora tienes a tu cargo una persona de valor infinito. ¡Vaya
responsabilidad!
Sin embargo, es imposible no
soltar la carcajada cuando cuentas tus chocoaventuras maternales en tu lucha
por la supervivencia al agotamiento físico y psicologógico que ocasiona esta
actividad de alto rendimiento de ser madre.
Cabe mencionar que el cansancio
hace surgir los celos recalcitrantes más grandes que una madre experimenta hacia
su esposo, cuando descubre que él tiene la capacidad de dormir profundamente hasta un estado
prácticamente comatoso que le permite desconectarse
absolutamente de la realidad justo al rozar la almohada y en casos de necesidad
máxima, el “sonambulismo”. Me explico con un ejemplo gráfico (cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia):
Pasadita la media noche tras
ordenar, hacer algo del trabajo o incluso ver alguna serie, los dos se van a la
cama al mismo tiempo, pero él no ha terminado de llegar a la posición
horizontal cuando ya está roncando. Entre el concierto, intentas conciliar el
sueño, pero las manecillas del reloj avanzan sin piedad y cuando das el típico
brinco antes de dormirte, llora alguno de tus hijos. Así que en un segundo
estás nuevamente con los ojos como búho en estado de alerta. Evidentemente, el
concierto de ronquidos no se interrumpió, dificultando que concilies nuevamente
el sueño. Tal vez, la situación se repite y hasta tuviste que pararte a atender
a alguno de los angelitos una o varias veces. Para esto ya son las 3am o las
4am y por fin caes en brazos de Morfeo para que los chiquillos
independientemente de los despertares nocturnos que hayan tenido, toquen diana
entre las 6.45 o 7.00 con exactitud militar. Y entonces, los celos te abandonan,
desplazados por la furia que se apodera de ti, cuando tu marido por la mañana
contesta el teléfono y le responde a tu madre con una frase hiriente: “sí,
dormimos muy bien gracias”. La respuesta no cambia, aunque tu marido se hubiera
levantado por el niño, porque va dormido por él. Se levanta, se escuchan unos
cuantos ¡pum! ¡paz! ¡pum! porque se golpea
con todo, mientras emite unas cuantas palabras irreconocibles o hasta
altisonantes @$%#&%, para conseguir traer sin percances al menor
aventándotelo y entonces, cae cual bulto a continuar el capítulo 8 de su sueño,
a ritmo de unos sonoros e inarmónicos ronquidos.
Claro que siempre hay una
excepción a toda regla, tengo una amiga que es la envidia de su marido. Él le
avisaba cuando la chiquita la llamaba porque le tocaba comer y ella ni enterada
de las dulces llamadas a berridos que emitía. Incluso, resulta que esta amiga
me contaba que su niña, ya no come por la noche y duerme en su cuna, pero que mágicamente
ha aparecido en su cama varios días y ninguno de los dos recuerda haber ido por
ella. Solo porque saben que no vuela,
suponen que ella la trajo... ¡Quisiera
ser ella!
¡Definitivamente yo soy de las que no quieren “dormir como bebé”, sino
como su marido!!!
En fin, aunque yo no tengo esa
cualidad que disfrutan la mayoría de los esposos y mi amiga, el cansancio hace
milagros… De pronto, suena el timbre por la mañana, abres los ojos y descubres
que estás encerrada, que necesitas brincar los barrotes de la cuna para ir a
abrir la puerta. ¡Creías que solo el papá de youtube acababa dormido en la cuna
con su hijo! No… cuando el cansancio te vence eres capaz de lo inimaginable: de
dormir más de dos en una cama, ocupada en un 80% por “el invitado o
auto-invitado” y hasta con los pies del angelito en la cara; o de dormir en
cuna o cama infantil mientras el angelito tiene
la manía de pellizcarte para conciliar el sueño, entre otras habilidades
adquiridas… En fin, hay noches en las que haces lo que sea y permites lo que
sea por una hora de sueño, porque verdaderamente no puedes más.
Como siempre hay excepciones y
encontrarás los papás o parejas sin hijos que misteriosamente tienen o conocen “hijos
perfectos” que nunca se enferman, siempre duermen y lo hacen solos, siempre
comen todo y sin ayuda, nunca hacen nada indebido, nunca ensucian… En un
principio pueden hacerte dudar o sentir la mamá más inútil del planeta… Sin
embargo, aquí entre nos, confía en ti y quédate tranquila, esos “niños”
perfectos NO EXISTEN. Son tan sólo ciencia ficción de padres que los tienen idealizados
o que ni los conocen o que son criados por alguna otra persona o que de plano
no se enteran.
Cada niño es único e irrepetible
y se desarrolla a un ritmo propio, con fortalezas y áreas de oportunidad
distintas. Si quieres que sean felices y ser feliz, disfrùtalos y olvídate de
perfeccionismos absurdos, los niños son
como nosotros los adultos: perfectamente imperfectos. Así que:
1. Déjalos
crecer respetando sus tiempos
2. Siempre
recuerda que son niños y no adultos, o sea lo de cero dspertares es un ideal a largo plazo
3. Intenta
dormir cuando ellos duerman
4. No
te estreses con las típicas pautas rígidas de “no debo hacer tal porque si no
nunca”…
De verdad, que abrazarlo, apapacharlo o dormir con ellos,
no los trauma ni los inhabilita para aprender a dormir solos y en sus camas en
un futuro. De hecho, verás que cuando te relajas y te das permiso de hacer lo
que te dicta tu instinto, duermen todos mejor. A pesar de que más vale que te
hagas a la idea de que habrá noches, como aquellas en las que salías de fiesta
y te ibas a trabajar sin haber pegado el ojo ni un minuto. Pues igual, habrá noches
que pasarán enteras mientras luchas por “desaparecer las víboras que invaden el
cuarto de tu hijo” hasta que cante el gallo o noches que pasas en vela
haciéndola de doctor/enfermera de tus niños. Así es, estas noches vienen
incluidas en el kit del curso intensivo para padres: “aprende a amar sin medida
y ten paciencia”.
Y créeme que mucho antes de los 15, tu hijo construirá un
muro de Berlín si es necesario, para que ni se te ocurra acostarte con él en su
cama. Así que no te limites ahora, disfruta estos momentos, que comparados con
la vida entera nada son y pasan volando. Apapáchalos, achúchalos, abrázalos y bésalos
lo más que puedas porque aunque al principio del artículo dijimos que los niños
“no vuelan”, llega un punto en que literalmente sí vuelan... Y sí vuelan, todos lo sabemos y lo hemos vivido, si no,
no estaríamos aquí viviendo la aventura y la gran bendición de ser padres.
PD. Les recomiendo "La maternidad y el encuentro con tu propia sombra" de Laura Gutman y "Dormir sin lágrimas" de Rosa Jové
Publicado también en Yo Influyo
PD. Les recomiendo "La maternidad y el encuentro con tu propia sombra" de Laura Gutman y "Dormir sin lágrimas" de Rosa Jové
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