Hay un tema que me va rondando en la cabeza hace tiempo, pero siempre
se hace presente en mal momento, cuando alguno o todos mis hijos se enferman.
Así que como se podrán imaginar, si de por sí, daría lo que fuera por comprar tiempo
extra diariamente, en esas circunstancias nunca encuentro el rato adecuado para
escribir. Así que hoy, sin enfermedades en casa, me invento un tiempito para
escribir tranquilamente a altas horas de la madrugada y compartirles algunos sentimientos y pensamientos que me invaden mientras están enfermos mis
hijos y les doy las medicinas que me manda el doctor, llevándome a reflexionar
sobre la delicada y gran misión que se nos ha encomendado como padres.
Cuando los hijos se enferman experimentas una sensación de impotencia
tremenda, como cuando te toca estar en un temblor o en una tormenta a mar
abierto. Definitivamente, en esos momentos desearías ser la hija o la nieta del
hada madrina de Cenicienta para haber heredado su varita mágica y poder
curarlos; parando el temblor y la tormenta que esto conlleva, con tan solo
cantar ¡zadacadula-zachicomula-bibidibaidibu!...
En cambio, dada tu imposibilidad para hacer magia, te queda patente la fragilidad humana y que
estar sano es uno de los más maravillosos dones recibidos que hay que agradecer
y aprovechar diariamente. Entonces, valoras
infinitamente a tus hijos cómo son y echas de menos hasta lo que a diario te
enloquece: sus brincos a las 7am exigiéndote
que te levantes porque “ya salió el sol”, sus manitas pegostiosas en las
cortinas para asomarse por la ventana para ver al perro del vecino, sus gritos inesperados
que paralizan tu corazón y hasta sus peleas entre hermanos.
A pesar de que en la mayoría de los casos sabes que la enfermedad es
pasajera y que no es nada grave, verlos desguanzados, todos apachurrados y
en silencio, durmiendo por largos períodos, es realmente desesperante. Por
eso, en esos momentos ante tu incapacidad curativa, simplemente quisieras que tu pediatra se llamara Harry Potter o como mínimo, Hermione, pero dado que no se consiguen pediatras egresados de Hogwarts,
te conformas con uno que “te pele”, que
“no te dé el avionazo”, “que no se moleste cuando le haces preguntas” (ya que si
supieras qué hacer no le estarías llamando…) y que puedas contactarlo a la hora
que sea en caso de urgencias. ¡Vaya!, lo
que pides es un pediatra que se interese respetuosa y responsablemente de tu
hijo.
En definitiva es muy importante contar
con un médico profesional, ético y humano que verdaderamente busque el bien de
su paciente, que no dé medicinas de más ni de menos, que rectifique si es
necesario y que sea lo suficientemente humilde para transferir el caso o pedir
opinión en caso de necesitarla. Sin
embargo, resulta igualmente significativo, que los padres de la creatura no sean unos
exagerados y obsesivos que vean y creen síntomas y enfermedades incontables
e inimaginables hasta para los científicos más destacados, sino que sean muy observadores, realistas y también sepan seguir su
instinto para cuestionar o buscar otra opinión si fuese necesario.
Lo anterior es relevante, porque les confesaré que cuando les doy sus
medicinas a mis hijos y lloran o se la toman felizotes sin reclamar, me viene a
la mente la imagen de los niños Goebbels
al final de la película de La Caída / El Hundimiento de Hitler,
específicamente, cuando su madre, Magda, luego de sedarlos los asesina uno a
uno, sin que ellos pudieran hacer nada al respecto:
Seguro les ha sucedido, que tienen que darles una medicina y ellos, o
bien se resisten o se la toman felices y
hasta quisieran más, pero es ahí, mientras lleno el gotero y lo pongo en sus
boquitas, que me invade una sensación extraña: por un lado me queda patente lo indefensos que son; por otro, me “asombra”
la gran confianza que tienen en mí y en consecuencia, me “estremece” el pensar
la gran responsabilidad de cuidarlos y de procurar su bien que se me ha
confiado, no solo en referencia a su salud, sino en todo lo que se refiere a su
persona. En realidad la “medicina” representa de una forma concreta todo lo que les
damos: material o inmaterial; esto es, las
palabras, miradas, abrazos, besos, formación o simplemente el ejemplo o el tiempo dedicado a ellos.
Evidentemente lo que hizo la Sra. Goebbels es reprobable, inmoral,
inhumano antinatural e inconcebible. Lo interesante es que se puede extrapolar
a un plano más general que va más allá de darles medicinas innecesarias o de matarlos
físicamente, sino de cómo podemos detener o limitar su desarrollo personal, afectar
su autoestima, aplastar su individualidad o matar sus sueños. Por tanto, visto
desde este ángulo, la situación se torna delicada cuando eres madre/padre y tomas
decisiones, actuando en consecuencia e influyendo en tus hijos, tanto en lo ordinario como en situaciones
extraordinarias. Así pues, tienes la
obligación de actuar fundamentado en la verdad y buscando el bien, con responsabilidad,
honestidad y compromiso; cuidando de no abusar de su dependencia, indefensión, de
su confianza e incluso, de su admiración
hacia ti.
¡Éste es el punto central de mi
preocupación como madre y formadora, va mucho más allá de las medicinas o
sustancias que doy o no doy, sino el ejemplo, la formación y el amor que doy o
no doy que les “mata” o les ayuda a vivir!
En realidad, todo esto me lleva a reflexionar sobre la importancia de:
- no provocarles “hipocondrías, alergias” ni inseguridades,
- no abusar de mi “tamaño” y autoridad para educarlos y formarlos,
- no defraudar ni traicionar la confianza que depositan en mí mis hijos,
- no pasarles mis miedos ni querer que hagan lo que yo no hice y hubiera querido haber hecho,
- procurar verdaderamente su bien, tanto en la salud como en la enfermedad,
- respetar su unicidad, sus etapas y ritmos de crecimiento,
- para amarlos como son y ayudarlos a sacar lo mejor de sí mismos.
A final de
cuentas la conclusión de todo este rollo sería que:
nuestros hijos no son productos
retornables, de uso y disfrute personal,
no son “nuestros”,
sino que ellos se poseen a sí mismos, son fines en sí mismos y nunca medios;
tan solo han sido confiados a nuestro cuidado
para que se descubran valiosos
y los ayudemos a conocerse
y a potenciarse para ser capaces de emprender un vuelo único,
a donde, y hasta donde,
ellos decidan.
¡No les cortemos las
alas, ni físicas ni psicológicas ni espirituales!
Ya que no tienemos varita mágica, démosles lo que les
debemos dar:
respeto y amor
verdadero para que puedan volar alto, muy alto.
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