Ahora que están entrando los niños a clases y hablas con padres jóvenes, te encuentras varias posturas. Unos están felices porque te dicen que ya no aguantan a los niños en casa y no saben qué hacer con ellos. Otros están tristes porque los extrañarán o porque empezará el trajín de llevarlos y traerlos. Algunos se encuentran indecisos, o contentos y tristes al mismo tiempo.
En realidad no pretendo analizar
las distintas actitudes, sino compararlas con los comentarios de
madres con hijos mayores, quienes con nostalgia te recomiendan que aproveches
cada instante porque “crecen demasiado rápido y
se van”. De hecho, actualmente con la globalización, vaya que se van,
literalmente hasta el otro lado del mundo.
Reconozco que es cierto que
cuando estás más desvelado que en tu mejor época de fiestas, en situación de dependencia
casi absoluta con ellos, o bien, entre guacareadas y pañales, pleitos fraternales
o titulándote de taxista – profesor – doctor – abogado – administrador – chef –
afanador, etc.; a pesar del gran amor que les tienes añoras por momentos, más o
menos frecuentes, aquellos días de soltería o de estar recién casado sin hijos. En
aquellos días, el número de responsabilidades era infinitamente menor e
inversamente proporcional a la cantidad de dinero, diversión y tiempo libre
para dedicar a ti y a tu pareja, así que tras el drástico cambio de vida es
normal que lo extrañes.
Paradójicamente tras sentirte
abatido y que quisieras volver al pasado, cuando te sonríen esos pequeños,
escuchas sus carcajadas, te llenan de besos y abrazos, pronuncian mal una
palabra haciéndote reír, te dicen mamá/papá y además guapa/guapo, sufres una
pérdida de memoria que te hace agradecer cada instante y ser capaz de seguir
caminando con la cabeza en alto y con una sonrisa en la cara y en el alma.
Sin embargo, no deja de sorprender que
cuando no los tienes, sueñas con tenerlos y cuando los tienes, te quejas; cuando
están cerca los quisieras lejos (al menos por un cuarto de hora) y cuando están
lejos los quisieras cerca; más aún, cuando les toca ser dependientes los
quieres independientes y cuando les toca ser independientes, quisieras tenerlos
a tu lado.
Ante tantas paradojas, tal vez no es mala idea
empezar a hacer caso de aquella frase que dice que ni el pasado ni el futuro existen, el único que existe es el presente
y como su nombre lo indica es un regalo que hay que disfrutar. Por tanto, disfrutemos a nuestros hijos y cada etapa de su
desarrollo, para que en el futuro, cuando miremos hacia atrás, lo hagamos llenos
de satisfacción, de alegría y de bellos recuerdos; y no, sin recuerdos por no
haber estado con ellos y con lágrimas de arrepentimiento por no haberlos
aprovechado.
Publicado también en yoinfluyo.com
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