Parece que el artículo pasado creó “rivalidades”
entre las posibles anécdotas a suceder y éstas, decidieron actuar inmediatamente
para desbancar a las anteriores.
Así que les cuento otra que les puede pasar:
Después de tener a tu segundo bebé, muchas
preocupaciones que tuviste con el primero resultan irrelevantes frente al reto
que te atormenta con las siguientes cuestiones: si uno cambió mi vida y siendo sólo uno, tuvo y tiene su “gracia” (por
no decir complicación…), ¿cómo podré con dos? Es más, ¿podré? ¿Cómo se hace?
¿Cómo le hacían antes con 8 y más hijos?, entre otras.
Llega un día, no muy lejano al día del parto, en
que te entra el valor, el orgullo o se te sube el autoestima y te sientes la “muy
chucha cuerera” que ya domina la situación o qué se yo. El caso es que decides
bañar al pequeñín estando el mayor (que no llega a los dos años) ahí contigo a
tu cargo, sin que nadie te esté ayudándote o al menos al pendiente por si algo
se te ofrece.
Preparas todo lo necesario: toalla, agua a
temperatura ideal, esponjita natural, jabón neutro, toalla, crema, ropita,
pañal, hasta perfume y cepillo para dejarlo guapísimo. Cabe señalar que lleva desde
la noche anterior llorando y pues ya estás algo o bastante estresadilla… Y
sigue llorando…
Le quitas la ropita y como el pañal trae sorpresa,
lo limpias, ¡con la ayuda del mayor que por iniciativa propia te va cortando
algodón y te lo pasa! Metes a bañar al bebé y parece por momentks que finalmente
se relaja, así que tú también. Además, el mayor saca su lego y se pone a jugar
solito a lado de ti tranquilamente. Piensas que la situación no podría ir
mejor, todo controlado, así que tu autoestima sigue subiendo… Pero como todo en
esta vida, tiene su fin…
Sacas al bebé de la tinita, vuelve a llorar y lo envuelves en la toalla, ¡el mayor se da
cuenta que es suya! Te equivocaste de
toalla y empieza la ópera de drama con el actor principal, tu hijo mayor
reclamando sus bienes. Mientras intejtas
calmarlo, de fondo sigue sonando la sonata de llanto a cargo del menor. De
pronto la adorable composición a dos voces se ve opacada por un “trueno
estruendoso” emanado, aunque usted no lo crea, por el pequeñín, dejando huella
en la toalla que lo envuelve y en los alrededores.
El “momento zen” anteriormente alcanzado, se
esfuma… Y te preguntas, ¿ahora, quién podrá ayudarme? Ni el Chapulín Colorado
te escucha porque “obviamente” tienes la puerta cerrada para que no se enfríe
el bebé. Así que recurres a técnicas pedagógicas, psicológicas y empresariales
de gestión de conflictos, analizas la situación y las opciones.
Le explicas al mayor lo sucedido y le pides ayuda;
que te dé tu celular que está en la otra esquina de la habitación porque si tú
te mueves, sigues decorando el cuarto. El niño comprendiendo el “estado de emergencia”, mágicamente para de
llorar y sin titubeos te lo da. Le llamas a la chica que ayuda en casa a su celular
que siempre trae con ella, pero ley de Murphy, resulta que justo hoy, ¡no
contesta! Perfecto, llamas a tu marido que se quedó a trabajar desde casa, pero
está en una llamada por skype, al escuchar el tono de tu voz, baja rápidamente pensando
qué habrá sucedido. Bueno, ya no estás sola, llegó una mano amiga que te ayuda
(bueno, en un principio permanece inerte observando y deseando no haber estado
en casa, claro hasta que un grito aclara su mente y se pone manos a la obra). Todo
parece indicar que el equilibrio volverá pronto.
Tu marido te da dos toallas limpias. Una para
quitarle la sucia y envolverlo mientras lo limpias y la otra para nuevamente
darle una bañadita. Le pides que se lleve al mayor afuera para concentrarte
porque el chiquito sigue llorando. Repites el proceso realizado en un inicio:
limpiar-bañar-sacar de la tinita. Entonces, justo cuando ibas a continuar con
el siguiente paso, el secado… El proceso ¡vuelve a sufrir la “misma incidencia”!
Y nuevamente estás sola, el niño sucio y la toalla escurriendo…
Para no hacer el cuento largo, lo solucionas y le
das la correspondiente limpiadita antes de meterho por tercera vez a bañar. Logras
acabar el proceso con éxito, además, se queda tranquilito y logra conciliar el
sueño. Tras tales acontecimientos, la ventaja es que te queda clarísimo por qué
estuvo toda la noche y día llorando… Tenía problemas de drenaje.
En fin, les cuento esto para que sean concientes de
que al entrar un niño en tu vida vivirás lo inimaginable, en todos los sentidos
habidos y por haber. Y sí, el equilibrio vital camina por la cuerda floja
continuamente, pero al final siempre llega la calma, permitiéndote contar con
un amplio repertorio de anécdotas que luego te hacen sonreír y reír.
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