Un día una tía comentó que si ella volviera al pasado, les ahorraría a
sus hijos el rollo mágico de la Navidad, porque es un engaño duro de digerir cuando
llega el momento de la verdad. Sin embargo, mi prima y yo saltamos: tal vez en sentido estricto será el sereno,
pero haber vivido sin esa ilusión hubiera sido mayor desilusión y dejaría mayor
sinsabor; no tener la oportunidad de vivirla y tener esos recuerdos tan
especiales que nos hacen añorar aquellos días, sería mayor pena que finalmente
tener que poner los pies en la tierra y aceptar la realidad. (Evidentemente
es muy respetable la decisión de cada familia).
La ilusión con la que los niños esperan la
Navidad es algo indescriptible. Cuando el hechizo se rompe, ese momento representa
un parteaguas en la vida de la persona. Para sanar la “herida”, de golpe se
“crece” y se siente uno “grande” frente a todos los chiquillos ilusos. Afortunadamente, cuando tienes hijos la
magia vuelve, de diferente forma pero vuelve, junto con esa ilusión infantil
que sueña, cree en lo imposible y hace de lo ordinario algo extraordinario,
rescatando al niño interior que muchas veces abandonamos.
La Navidad festeja el nacimiento de Jesús, aunque
paradójicamente en muchas ocasiones ni siquiera se le invite a participar del
pachangón, convirtiéndose tristemente en “el festejado ausente”, siendo tan
sólo “el pretexto” para gastar, regalar, recibir, reunirse y divertirse. Cuando
en realidad, debería aprovecharse esta tradición “pedagógicamente”, para la
reflexión, preparación y renovación. San Francisco de Asís, a quien se le
adjudica el “invento” de montar nacimientos o pesebres, buscaba de esta forma
creativa, tangible y en ausencia de Google y Facebook, fomentar un acercamiento
personal con Dios y con el misterio del nacimiento de Jesús, para así,
incentivar a la meditación y a generar un cambio de vida.
Ahora
bien, ya entrando al tema concreto de la Navidad y nuestros hijos, se supone
que es una fiesta en la que los niños, obviamente mucho después de Jesús, son
el centro. Por ellos montamos todo el show y queremos que además de la
catequesis recibida, tengan recuerdos inolvidables. Pues paradójicamente resulta
que ni si quiera ha iniciado el Adviento cuando los niños presencian las
discusiones y hasta pleitos sobre a casa de quién toca ir y cómo se celebrará.
Luego, terminando el montaje de la decoración e iluminación, la palabra que más
escucha el niño es: ¡no! No toques, no hagas, no con cuidado etc. Al mismo
tiempo, comienza la prueba de resistencia de chantajes continuos inútiles: si no te portas bien no te traerá regalos,
los reyes sólo te dejarán carbón, etc., que lo único que logran es hacerte
perder credibilidad, dañar tu relación y lastimarlo, porque bien sabes que
nunca los cumplirías. Por suerte, la nobleza de los niños olvida estos
tormentos, los pasa como quien sabe que es el precio que hay que pagar para
disfrutar y crece dándole más peso a lo bueno y corriendo un tupido velo sobre
el resto… De cualquier forma, me parece patético que esta sea el ejemplo
recibido, la formación moral y la catequesis impartida.
Aterrizando lo
anterior, en primer lugar, definitivamente no entiendo cuál es la necesidad de
adornar el árbol con esferas carísimas y/o peligrosas (si se rompen), que
impiden que el niño colabore en decorarlo y lo confinan a quedar sentenciado
con una orden de alejamiento de cualquier artículo u artefacto que sea, parezca
o huela a ser algo navideño. Por tanto, lo mismo sucede con el nacimiento,
puesto precioso como de película, con figuritas de edición limitada o compradas ni más ni menos que en Jerusalén o
reliquias heredadas de tu abuelita favorita. Total que el niño recibe una
segunda orden de alejamiento y una tercera para proteger todos los adornitos
tan llamativos y simpáticos que están invadiendo la casa.
El segundo lugar,
los horarios de los festejos parecen buscar que los niños se multiplicaran por
cero y desaparecieran para que los adultos pudieran divertirse “sin límites”.
Los horarios de reunión, cena y hasta misa, e incluso la forma de “festejar”
(borracheras, etc.) parecen gritar que los niños se aclimaten o aclimueran. En
cuanto a la misa, de por sí el binomio hijos y práctica de la fe a veces parece
ser del tipo agua-aceite, resulta que como para ayudar a que no se mezclen, los
pocos que van, los llevan a “misa de Gallo”. Siendo que ya, hasta la Iglesia,
ha pensado en los niños y ha puesto, como le dicen en España, la “misa del
Pollito” para ir con los niños a una hora decente y con una dinámica adecuada a
ellos. Para ellos que van a misa y para el resto que no, el destino que les
espera a los niños si siguen los súper horarios de la Nochebuena, se podría resumir en dos grupos: los “suertudos”
que se quedan dormidos sin cenar y sin haber abierto los regalos; y los
“duracell” que intentaron aguantar y aguantar, pero llegan al final entre
pleitos, llantos y regaños, debido a haber traspasado sus límites de cansancio.
Por ende cuestiono:
¿Por qué no poner
árboles con adornos que los niños puedan tocar y manipular?
¿Por qué no poner un
nacimiento con figuras de madera u otro material a prueba de niños
que puedan disfrutar e
incluso “jugar con Jesús”?
Les prometo que es priceless escuchar las canciones e historias
que cuentan si se les deja jugar con los personajes del nacimiento.
¿Por qué no planear un
horario infantil, sabiendo que cuál es el fátidico resultado que se obtiene
en los niños al sumar, hambre + cansancio
extremo + emoción?
Con esto no quiero decir que se cene
a las 7pm para estar todos a las 8pm en la cama. Los niños también tienen que
descubrir que salirse de la rutina por una fiestuki es increíble. Los días
festivos ayudan a que aprendan sobre adaptabilidad y flexibilidad, además de a
convivir y a compartir. Sin embargo, no hay que abusar, también los padres
tenemos que respetar a nuestros hijos, aprender a ponernos en su lugar y al
menos darles la opción de elegir. Por tanto, puede haber opción de horario y menú
infantil (aunque se les ofrezca también la comida de los adultos). Así los
niños pueden cenar, recibir sus regalos y participar en juegos, villancicos o
pastorelas a una hora prudente, sin estar exhaustos, nerviosos y necios. De
esta forma, si los adultos quieren cenar a media noche o a las 2am pueden
hacerlo, mientras que los niños estarán, si no dormidos, más tranquilos dentro
de la emoción propia de estos días y podrán disfrutar más.
Finalmente,
quisiera resaltar la necesidad de que
los niños se queden con el verdadero significado de la Navidad. De una u otra
forma les debemos inculcar la práctica de la caridad, quid de la cuestión
navideña; sea llevándolos a un orfanatorio a regalar algún juguete o a llevar
comida para los necesitados o bien, a
visitar algún enfermo. Asimismo, no estaría de más que los padres fuéramos
prudentes en cuanto a los regalos que se les obsequian. Cabe señalar al
respecto, que hace un par de años al ver en un cole las cartitas de los niños,
me traumé al leer que un niño de 3 años pedía un ipad, pero el el shock total
vino cuando al regreso de vacaciones contó que se lo habían regalado y su madre
lo confirmó.
En fin, el rollo mágico de la Navidad
independientemente de la gran ilusión y hermosos recuerdos que deja tanto en
niños como en adultos, creo que es fundamental para que los adultos volvamos a
ser niños y demos sin recibir reconocimiento alguno, dándole el crédito a quien
verdaderamente hace posible cada día que podamos estar aquí disfrutando de la
vida y de nuestros hijos. Para los
niños es una forma de percibir la grandeza de Dios y su ser todopoderoso, por
tanto, si bien no está mal que le escriban a Santa Claus (sobre todo si te
encargas de que sepan la verdadera historia de Santa Claus… San Nicolás), sería
muy recomendable que también le dirigieran la carta al mero mero responsable de
tanto revuelo, Jesús.
Es ideal que nuestros
hijos tengan buenos recuerdos de la Navidad
y que sepan qué se
festeja,
pero sobretodo hay que
ayudarlos a que vivan
los valores propios de
aquel portal de Belén, en especial la caridad hecha vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario