martes, 26 de junio de 2018

Thi Mai



El otro día se me antojó ver una peliculita mientras mi marido llegaba. Abrí Netflix, y de entre las primeras que salieron se me ocurrió escoger una, que según el resumen, trataría sobre una señora cuya hija muere justo cuando le habían dado una niña en adopción. Por lo que la “abuela” decide ir de España a Vietnam con sus amigas a luchar para que, aun bajo esas circunstancias, le concedan seguir el proceso y adoptar a la pequeña Thi Mai.
Aunque el diseño del poster dejaba claro que no era una película profunda ni educativa, caí en verla y en desperdiciar mi tiempo con este intento fallido de tragicomedia llena de argumentos y chistes baratos, e incluso ridículos.
¡Es increíble cómo intentan normalizar todo tipo de situaciones!… Una joven de 26 años, soltera y prácticamente recién salida de la universidad, solicita adoptar y le conceden una niña vietnamita. Quien hubiera sido la abuela adoptiva, en contra de su marido, se va a Vietnam a reclamar a la niña, y para lograr “tan feliz desenlace”, miente y se brinca todo cuando huela a “deber ser”.
Durante la película, presentan los clásicos estereotipos de mujeres. Por un lado, critican y se burlan de su amiga, el ama de casa sumisa y esclava de su marido e hijos, quien se fuga al viaje sin avisar, “logrando” con esta experiencia liberarse de todos y de todo. Mientras que por otro lado se presenta  a la amiga exitosa, fría y solterona, a quien le bastan un par de días para enamorarse y decidir quedarse en Vietnam a vivir con el encargado de recibir los grupos de adopciones.
Por si lo anterior fuera poco, y dado que una película moderna no lo es si no exalta la atracción al mismo sexo (AMS) y todas las cualidades que a estas personas se les atribuyen: sensibles, amigos incondicionales, simpáticos, etc., pues obviamente metieron con calzador al muchacho con AMS. Aunque lo presentan excesivamente estereotipado, indubitablemente, él resultó ser el héroe y el muchacho chicho que logró “el final feliz”.
Tras conocerlo de un día, lo convencen de reclamar a la niña en adopción. Para lograrlo, consiguen documentos falsos de boda torciéndole la mano a un cura y pidiéndoles a varios que mientan para “ayudarlos”. Él, literalmente, actúa exitosamente ante las autoridades vietnamitas como si fuera la pareja de la chica muerta que había solicitado la adopción… Y tan tan… Todos felices… Los “abuelos” cuidarán a la niña y le dirán que él es el “Tito” Andrés, sus amigas las tías y todos comerán perdices…
Imposible argumentar al respecto de cada uno de los puntos que se presentan a lo largo de la peli, ya que se escribiría un libro. Sin embargo, creo que basta decir que la película resume lo mal que va nuestra sociedad, lo bajo que hemos caído en nombre de la libertad y de la tolerancia.
Evidentemente, en la actualidad lo políticamente correcto y lo que se esperaría tras ver la película son aplausos y más aplausos… Sólo aplausos, ya que curiosamente la “modernidad” que promulga sociedades liberales sólo concede libertad a quienes alaban “sus ocurrencias”. Al resto, le corresponde guardar silencio, no disentir y reeducarse en el relativismo moral para poder “disfrutar la vida sin ataduras” y estas “obras de arte”. En este caso, incluso patrocinada por el gobierno español.
Al respecto, me pregunto: ¿en serio al gobierno español le pareció una gran cinta que lo representaría a nivel internacional? ¿O sólo otorgó el financiamiento para cumplir cuotas de promoción de pluralidad y diversidad? ¿O será que sólo se pretendía parodiar estereotipos o hacer un experimento de psicología inversa para mostrar a sus ciudadanos todo lo que no se debe de hacer?
En fin, desgraciadamente no…
La película sólo es un reflejo de una sociedad relativista en la cual no existe el bien ni el mal, sino sólo lo útil, lo conveniente, lo agradable, lo placentero. Donde todo depende de donde se mire y donde los sentimientos son la guía y fundamento de actuación. Donde no hay límites y todo es posible.


También publicado en Diario Nueva Visión 

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