miércoles, 11 de octubre de 2017

El temblor desenterró el valor de la vida y la bondad del ser humano




En la época consumista la vida ha perdido su valor infinito como don y milagro, convirtiéndose en un producto más para adquirir y/o desechar según las preferencias, gustos y posibilidades personales. Más aún, actualmente lucrar con la vida resulta un negocio altamente rentable, basta ver las cuentas millonarias que dejan los anticonceptivos y las píldoras del “día después”, los abortos, las fecundaciones in vitro, los úteros subrogados, la eutanasia/suicidio asistido.
El sistema capitalista “cerró el círculo” para que la maternidad no genere déficit sino ganancias y para que hombres y mujeres puedan sean económicamente productivos el mayor tiempo posible y puedan darle “todo” a los hijos:
  1.  Cosifica a la persona y rompe vínculos para que el “individuo sea libre” y no tenga nada que lo ate o limite para que pueda dedicarse a generar dinero. 
  2. Promueve el que la mujer postergue lo más posible un embarazo, que se limite el número de hijos y hasta que se rechace la maternidad. En caso de “fallo” se brinda la posibilidad de “deshacerse del problema” mediante la píldora del día después y del aborto.
  3. Ofrece el poder “pagar” para “adquirir/fabricar” hijos a la carta, incluso sin embarazarse.
  4. Fomenta el desapego y la desvinculación con los hijos para ir adiestrando a los futuros miembros del sistema individualista y consumista. Por eso exige sutilmente la inmediata reincorporación a la vida laboral tras hacer “el deseo realidad” y “obtener” un hijo y seguir con la vida como si nada hubiera pasado, ya que se pueden dejar a los hijos en manos de profesionales en guarderías o en su defecto con nanas o con los abuelos.
  5. Sustituye a las familias en su tarea de encargarse del cuidado del dependiente, sea enfermos y/o los adultos mayores. Por lo que garantiza la oferta de internados, estancias de día, geriátricos, casas de descanso y en los países más “progres” legaliza la eutanasia/suicidio asistido para deshacerse del “no deseado que estorba”.


Todo este montaje es un constructo socio-económico que se ha fabricado en base a intereses soberbios e individualistas y por conveniencia de un sistema capitalista salvaje ocasiona que la opulencia desmedida y los lujos sin límite benefician a una cúpula mientras que aumentan la brecha entre ricos y pobres y provoca insostenibilidad del Estado por la falta de reemplazo generacional. Asimismo, en este ambiente el valor de la vida se relativizaba más y más, mientras que la dignidad humana se enterraba profundamente, pero de repente tembló el 19S… Tembló para todos sin importar el nivel socioeconómico, las creencias religiosas ni nada… En un instante, a todos “se nos cayeron los chones” y quedamos desnudos e impotentes ante la fuerza de la naturaleza… Ante el pavor y la incertidumbre, en la incomunicación total, tan sólo quedaba rezarle a ese Dios que actualmente se tanto desprecia.
Se perdieron vidas, se perdieron patrimonios y aunque fuera por unos minutos o por unos días, también se perdió la soberbia con la que se vive como si uno fuera dueño y señor de la vida. Por unos momentos experimentamos el ser creaturas y nos sentimos “nada” ante el miedo de perder todo, hasta la vida. El temblor derrumbó la desvinculación social y se cayó el teatrito capitalista individualista. De pronto se solidarizó el pueblo, se formaron cadenas humanas, redes de ayuda y de oración, se consumía para donar y no para beneficio personal, se regalaba comida, ropa, productos de higiene, de curación. Asimismo, se donaba tiempo y esfuerzo para ayudar al prójimo sin importar si era conocido o desconocido.
                De entre la desgracia se desenterró el valor de la propia vida y la del otro, se tomó conciencia de la finitud y de la fragilidad de la misma. Pasaban los días y en las labores de rescate ya no se esperaba escuchar gritos de auxilio, se buscaban débiles respiraciones sin importar la edad, salud o condición de las víctimas Muchas personas arriesgaban sus vidas por salvar a otros, pasaban horas intentando rescatar a uno más, por uno valía la pena todo el esfuerzo y gasto. Más aún, el trabajo no sólo se centraba en rescatar a los vivos sino incluso a quienes habían perecido para poder entregar su cuerpo a los familiares. Así pues, fue como se rescató de entre los escombros el valor de la vida humana y del cuerpo humano. Se hacía hasta lo imposible ante la más mínima posibilidad de vida…
Ojalá no hubiera temblado, pero tembló como en película de terror… Así que ojalá que esta contingencia sirva para trasformar de fondo nuestras vidas superficiales y alejadas de lo esencial porque entonces se logrará transformar la familia y en consecuencia la sociedad. Entonces, se podrá reducir la brecha entre ricos y pobres, desterrar la corrupción y la maldad para que aflore la bondad humana. Ojalá que el otro deje de ser un medio y vuelva a ser concebido como un fin en sí mismo. Ojalá que se vuelva a ver al que sufre en lugar de darse la vuelta mientras uno esté bien. Ojalá se deje salir lo que le es propio al ser humano, la interdependencia, la entrega y el compromiso, en lugar hacer oídos sordos y esperar a que la humanidad del ser humano salga tras una desgracia.
Ojalá que la reconstrucción del país, empiece por una reconstrucción personal profunda, donde la vida se viva y se reciba la vida como un don y un milagro, donde la maternidad/paternidad y la crianza no se vea como una carga insoportable o un yugo que limita, donde la paternidad responsable no se identifique con abortar, donde morir dignamente no implique el poder acceder a la eutanasia. Ojalá que los rescates de uno más, uno más, uno más, graben en nuestras almas el infinito valor de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. 
Ojalá que de los escombros se haya rescatado la convicción de ser mejores humanos.  Ojalá que el temblor haya dejado cimientos fuertes para construir una sociedad donde la dignidad humana, el amor, los vínculos, el compromiso social y la participación ciudadana sean los ejes rectores. Ojalá que no necesitemos más sacudidas para jerarquizar bien los valores y detenernos a mirar a los ojosa nuestro prójimo para alcanzar a ver el alma de quienes nos rodea y valorar su existencia. Ojalá que vivamos, cuidemos, abracemos y besemos a los nuestros como si fuera el último día.

A todos nos tembló y se nos movió la vida, a algunos tangiblemente y a otros más intangiblemente. El miedo y la inseguridad se resiste a abandonarnos, también en gran parte porque nos resistimos a abandonarnos a la voluntad amorosa de Dios. Sin embargo, más de uno desde ese día agradece cada respiración, cada latido, el poder ver las lunas de octubre y abrazar a los suyos intactos.
Pero,
 ¿y si hubiera sido tu último día? 

¿Habrías muerto en paz?

¿Cuál hubiera sido el balance al examinarte sobre cuánto amaste? 

¿Al abrir tus manos derramarías obras amor, 
misericordia, agradecimiento, perdón, paciencia y sacrificios? 

¿O por el contrario se escaparían tan solo borracheras, fiestas, superficialidades, vicios, 
prepotencia, egoísmo, falta de compromiso, omisión de actos buenos, desperdicio del tiempo? 

¿Te habría quedado pendiente algún beso, algún abrazo, alguna charla, algún te quiero? 

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