En la época consumista la vida
ha perdido su valor infinito como don y milagro, convirtiéndose en un producto
más para adquirir y/o desechar según las preferencias, gustos y posibilidades
personales. Más aún, actualmente lucrar
con la vida resulta un negocio altamente rentable, basta ver las cuentas
millonarias que dejan los anticonceptivos y las píldoras del “día después”, los
abortos, las fecundaciones in vitro, los úteros subrogados, la eutanasia/suicidio
asistido.
El sistema
capitalista “cerró el círculo” para que la maternidad no genere déficit sino
ganancias y para que hombres y mujeres puedan sean económicamente productivos
el mayor tiempo posible y puedan darle “todo” a los hijos:
- Promueve el que la mujer postergue lo más posible un embarazo, que se limite el número de hijos y hasta que se rechace la maternidad. En caso de “fallo” se brinda la posibilidad de “deshacerse del problema” mediante la píldora del día después y del aborto.
- Ofrece el poder “pagar” para “adquirir/fabricar” hijos a la carta, incluso sin embarazarse.
- Fomenta el desapego y la desvinculación con los hijos para ir adiestrando a los futuros miembros del sistema individualista y consumista. Por eso exige sutilmente la inmediata reincorporación a la vida laboral tras hacer “el deseo realidad” y “obtener” un hijo y seguir con la vida como si nada hubiera pasado, ya que se pueden dejar a los hijos en manos de profesionales en guarderías o en su defecto con nanas o con los abuelos.
- Sustituye a las familias en su tarea de encargarse del cuidado del dependiente, sea enfermos y/o los adultos mayores. Por lo que garantiza la oferta de internados, estancias de día, geriátricos, casas de descanso y en los países más “progres” legaliza la eutanasia/suicidio asistido para deshacerse del “no deseado que estorba”.
Todo este montaje es un constructo socio-económico que se ha fabricado
en base a intereses soberbios e
individualistas y por conveniencia de un sistema capitalista salvaje ocasiona
que la opulencia desmedida y los lujos sin límite benefician a una cúpula mientras
que aumentan la brecha entre ricos y pobres y provoca insostenibilidad del
Estado por la falta de reemplazo generacional. Asimismo, en este ambiente el valor
de la vida se relativizaba más y más, mientras que la dignidad humana se
enterraba profundamente, pero de repente tembló el 19S… Tembló para todos sin
importar el nivel socioeconómico, las creencias religiosas ni nada… En un
instante, a todos “se nos cayeron los chones” y quedamos desnudos e impotentes
ante la fuerza de la naturaleza… Ante el pavor y la incertidumbre, en la
incomunicación total, tan sólo quedaba rezarle a ese Dios que actualmente se tanto
desprecia.
Se perdieron vidas, se perdieron patrimonios y
aunque fuera por unos minutos o por unos días, también se perdió la soberbia
con la que se vive como si uno fuera dueño y señor de la vida. Por unos momentos
experimentamos el ser creaturas y nos sentimos “nada” ante el miedo de perder
todo, hasta la vida. El temblor derrumbó la desvinculación social y se cayó el
teatrito capitalista individualista. De pronto se solidarizó el pueblo, se
formaron cadenas humanas, redes de ayuda y de oración, se consumía para donar y
no para beneficio personal, se regalaba comida, ropa, productos de higiene, de
curación. Asimismo, se donaba tiempo y esfuerzo para ayudar al prójimo sin
importar si era conocido o desconocido.
De entre la
desgracia se desenterró el valor de la propia vida y la del otro, se tomó
conciencia de la finitud y de la fragilidad de la misma. Pasaban los días y en
las labores de rescate ya no se esperaba escuchar gritos de auxilio, se
buscaban débiles respiraciones sin importar la edad, salud o condición de las
víctimas Muchas personas arriesgaban sus vidas por salvar a otros, pasaban
horas intentando rescatar a uno más, por uno valía la pena todo el esfuerzo y
gasto. Más aún, el trabajo no sólo se centraba en rescatar a los vivos sino
incluso a quienes habían perecido para poder entregar su cuerpo a los
familiares. Así pues, fue como se rescató de entre los escombros el valor de la
vida humana y del cuerpo humano. Se hacía hasta lo imposible ante la más mínima
posibilidad de vida…
Ojalá no
hubiera temblado, pero tembló como en película de terror… Así que ojalá que
esta contingencia sirva para trasformar de fondo nuestras vidas superficiales y
alejadas de lo esencial porque entonces se logrará transformar la familia y en
consecuencia la sociedad. Entonces, se podrá reducir la brecha entre ricos y
pobres, desterrar la corrupción y la maldad para que aflore la bondad humana. Ojalá
que el otro deje de ser un medio y vuelva a ser concebido como un fin en sí
mismo. Ojalá que se vuelva a ver al que sufre en lugar de darse la vuelta
mientras uno esté bien. Ojalá se deje salir lo que le es propio al ser humano,
la interdependencia, la entrega y el compromiso, en lugar hacer oídos sordos y
esperar a que la humanidad del ser humano salga tras una desgracia.
Ojalá que la
reconstrucción del país, empiece por una reconstrucción personal profunda, donde
la vida se viva y se reciba la vida como un don y un milagro, donde la
maternidad/paternidad y la crianza no se vea como una carga insoportable o un
yugo que limita, donde la paternidad responsable no se identifique con abortar,
donde morir dignamente no implique el poder acceder a la eutanasia. Ojalá que
los rescates de uno más, uno más, uno más, graben en nuestras almas el infinito
valor de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
Ojalá que de
los escombros se haya rescatado la convicción de ser mejores humanos. Ojalá que el temblor haya dejado cimientos
fuertes para construir una sociedad donde la dignidad humana, el amor, los
vínculos, el compromiso social y la participación ciudadana sean los ejes
rectores. Ojalá que no necesitemos más sacudidas para jerarquizar bien los
valores y detenernos a mirar a los ojosa nuestro prójimo para alcanzar a ver el
alma de quienes nos rodea y valorar su existencia. Ojalá que vivamos, cuidemos,
abracemos y besemos a los nuestros como si fuera el último día.
A todos nos
tembló y se nos movió la vida, a algunos tangiblemente y a otros más
intangiblemente. El miedo y la inseguridad se resiste a abandonarnos, también
en gran parte porque nos resistimos a abandonarnos a la voluntad amorosa de
Dios. Sin embargo, más de uno desde ese día agradece cada respiración, cada
latido, el poder ver las lunas de octubre y abrazar a los suyos intactos.
Pero,
¿y si hubiera sido tu último día?
¿Habrías muerto en paz?
¿Cuál hubiera sido el
balance al examinarte sobre cuánto amaste?
¿Al abrir tus manos derramarías
obras amor,
misericordia, agradecimiento, perdón, paciencia y sacrificios?
¿O
por el contrario se escaparían tan solo borracheras, fiestas,
superficialidades, vicios,
prepotencia, egoísmo, falta de compromiso, omisión
de actos buenos, desperdicio del tiempo?
¿Te habría quedado pendiente algún
beso, algún abrazo, alguna charla, algún te quiero?
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