Definitivamente cuidar, desarrollar habilidades y formar niños es
una actividad humana de alta exigencia y desgastante, pero a la vez resulta sumamente enriquecedora y gratificante. Realmente, a pesar de los
pesares, es una bendición poder ser parte
de la vida de uno o varios niños. Es un privilegio y un reto colaborar y favorecer, influyendo positiva y
asertivamente, en la potenciación del ser personal libre de un infante.
Ser educador y/o formador es una tarea
ardua, que exige coherencia de vida con lo que se predica, inteligencia
emocional, esfuerzo, trabajo y autoanálisis constante, creatividad y capacidad
de solución de conflictos, tolerancia a la frustración y además, una “sobre producción”
de amor y paciencia infinita. Asimismo, es importante reconocer la
necesidad de formarse y mantenerse
actualizado, definitivamente, nadie nace sabiendo ser padre, madre,
formador o educador. Afortunadamente, en la actualidad se han alcanzado grandes
avances pedagógicos y existen gran cantidad de facilidades para acceder a
información y formación, grupos de ayuda o apoyo y cursos, según los distintos
ámbitos e intereses.
Es cierto que la
educación-formación de los hijos o alumnos, en cualquier área de desarrollo
(intelectual, emocional, social, espiritual, deportivo, artístico, etc.) es muy
variada tanto en contenido, como en metodología y en obtención de resultados. Cuando se es partícipe de la
educación-formación de un niño no hay blanco y negro sino una gran gama de
grises Sin embargo, estoy convencida de que existen algunos fundamentos básicos
que se deben de respetar para elegir formas, palabras, miradas y actos adecuados y responsables:
- Los niños son personas, no “personitas”. Conviene evitar el diminutivo porque a veces pareciera que esa licencia del lenguaje permite considerarlos menos dignos, cuando en realidad, su tamaño pequeño, no encoge su dignidad.
- El que los niños sean dependientes de sus padres no les rebaja su dignidad ni su libertad, ni los convierte en animales a ser educados bajo la eficiencia del conductismo, ni en objetos de libre disposición. Incluso conviene recordar que la persona al ser social nunca es totalmente independiente ni absolutamente libre. Se dice que “nadie es una isla”. De hecho, la dependencia es una fiel compañera a lo largo de la vida, el ser humano es interdependiente a cualquier edad, por eso tampoco hay libertad sin responsabilidad.
- Los niños merecen respeto, un trato más delicado adecuado a sus necesidades y mayor dedicación, por estar en el inicio de la vida; ser dependientes y más indefensos. Los adultos no deben abusar de su tamaño y fuerza para tratar indignamente a los niños. Ningún maltrato, ni físico ni emocional se justifica. Es inconcebible escuchar frases como: “lo hago por su bien, tiene que aprender por las buenas o por las malas”… La famosa “educación por las malas” no es educación, sino mal ejemplo que maleduca y enloquece. P.e.: Se le pega al niño que pegó, para que aprenda que no se pegar…¡¿?! Se le vocifera que se “calle la boca” porque está gritando y es de mala educación… ¡¿?! No se le atiende cuando se cae para que aprenda que la vida es dura, se haga fuerte y aguantador… ¡¿?¡ No se le permite llorar ni expresar sus sentimientos negativos para que sea positivo y resistente… ¡¿?! Es conveniente recordar que el primer “aprendizaje” de la persona debe ser el saberse queridos incondicionalmente para poder adquirir la virtud de la confianza (les recomiendo revisar las etapas de desarrollo según Ericsson).
- Los niños son niños humanos, no adultos ni extraterrestres. Es ilógico ver que se espera que los niños se porten, piensen, reaccionen, coman, duerman como un “adulto-irreal”; porque un poco de sinceridad permite ver lo desorbitadas y hasta inhumanas que son las exigencias hacia los niños. Mientras ellos “deben”, prácticamente, “nacer-sabiendo”: esperar, compartir, ser considerados, permanecer quietos y en silencio, no llorar, no gritar, no pelear, soportar todo, seguir rutinas estrictas, dormir solos, comer solos, todo les debe de gustar, y sólo deben tener emociones positivas; los adultos pueden tener malas noches, escoger qué comer, tener horarios flexibles, pueden enojarse, estar tristes, llorar, gritar, pelearse y hasta pegar de cuando la ocasión "lo amerita". Los criterios son bastante dispares y así pues, mientras los adultos tienen licencia de ser ellos, sentir, equivocarse y justificar sus conductas por el estrés, cansancio, angustia, desesperación o preferencias; existe una tendencia en una parte de la sociedad a negarles a los niños el poder ser quienes son: seres humanos individuales en constante crecimiento y aprendizaje, con aciertos y con errores, con sentimientos, gustos, necesidades y habilidades diversas.
- Los niños son personas, no fantasmas sordos. Es impresionante escuchar las conversaciones que los adultos mantienen enfrente de sus hijos o alumnos, tanto inapropiadas debido a su edad o por la temática tratada, incluyendo críticas o incluso burlas de los menores, así como “lecciones sobre lo que no se debe hacer”. Los niños captan/entienden y malentienden más de lo que se cree. Por tanto, se tiene que ser muy prudente sobre qué, cuándo, cómo, por qué y para qué se dice. No puedo resistirme, contaré la anécdota que inspiró este artículo: el otro día me encontré de frente con el profesor de natación de mi hijo y me preguntó (en mal rollo), qué no me gustaba de su clase (ya se lo había comentado a él una vez, pero dado que no veía cambios me había ido a quejar con su superior y le llamaron la atención, así que venía molesto y a la defensiva…). Le pedí amablemente que habláramos luego, cuando mi hijo no estuviera presente porque además empezó a hablar de él. Su respuesta fue: “Ah no, a mí me da igual, a mí no me importa”. Así que la respuesta inmediata que me salió del corazón fue: “Lo siento, pero a mí sí me importa”. Obviamente, ahí se acabó la conversación y se alejó fúrico. Aunque él no lo crea, no lo hice sólo por mi hijo, sino también por él. A ningún educador/formador “le conviene” que su alumno escuche las quejas reales o irreales, fundadas o infundadas de su madre, ¡le quitaría credibilidad y autoridad! Además, mi hijo no es un fantasma sordo, lo que escuche tendrá un impacto en él, ¡porque es una persona como yo y como el profesor!
- Y de lo anterior se desprende el último punto o desahogo: No etiquetar a los niños es fundamental, porque de hecho se la creen, la hacen suya y empiezan a actuar ese papel. Obviamente se puede hablar de los actos, de la conducta, pero sin adjetivar a la persona como si eso le fuera un elemento constitutivo definitorio de su ser, pero también es importante cuidar el tiempo y la forma. P.e. Ahora que estuve viendo colegios, en uno, el “Departamento de Psicología” te daba unas hojas a rellenar para adjuntar al expediente. Para mi sorpresa o más bien para “mi shock”, había un apartado verdaderamente increíble; te pedían que marcaras cómo era tu hijo, podías escoger entre: chillón, enojón, peleonero, compartido, tranquilo, tímido, desobediente, dócil, etc. ¡Ni siquiera ha entrado y ya en su expediente quedaría clasificado y etiquetado!!!!! ¡Se me hizo de quinta… muy fuerte!!! Obvio el “Departamento de Psicología” de ese colegio deja mucho que desear y bueno habría que ver lo que contestan los padres ”inocentemente” y las consecuencias que esto pudiera desencadenar para el chiquito ya etiquetado que entra a preescolar… ¡Vaya, bienvenida que le espera!
En fin, para concluir todo este rollo que les aventé, les comparto que
verdaderamente me preocupa que una gran parte de la sociedad continúe
educando/formando creyendo “sin malicia y de todo corazón”, que los niños: “son más listos que el hambre”, “son expertos
chantajistas”, “les das la mano y te toman el pie”, “te ven la cara”, “sólo te
están midiendo”, “sólo están viendo que diablura hacer y cómo molestar”. Definitivamente,
¡con esta visión tan inhumana de nuestros niños, no me extraña que se obtengan
resultados tan pobres y tan negativos en el proceso educativo-formativo! De hecho, lo único que se logra es comprobar
la eficacia de las tan conocidas “promesas
autocumplidoras”. Así pues, tal cual
como se les ve, se les trata; y pues los
niños se portan y actúan según la concepción y expectativas que se tienen de
ellos. Por tanto, ¿qué se puede esperar de un niño que es considerado y tratado
como un ser abusivo, malo, inútil, chantajista, molesto, ladrón de tiempo
personal y de ocio, etc.? … Creo que la respuesta es obvia.
Me parece denigrante esta
visión que se tiene de nuestros niños. Estoy convencida de que esta visión
negativa, hobbiana, reductivista, pesimista e inhumana, tan sólo logra sacar lo
peor de nuestros niños, retrasa su aprendizaje y su potencial como humanos
individuales y sociales.
Urge ver y tratar a nuestros niños como lo que son:
NIÑOS, esto es,
personas únicas, irrepetibles y libres,
con tendencia al bien, capaces de conocer la verdad, de amar y ser
amados;
necesitadas de dedicación, amor incondicional y ejemplo humanizador,
para empezar a escribir sus vidas y
preparar sus alas para ser capaces de volar y dejar su huella personal
en este mundo.
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